Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!. Con esta frase, el president Tarradellas regresó del exilio y los catalanes recuperaron el autogobierno de la Generalitat, dejándonos una escena de balcón para la historia que, en la intimidad de la alcoba, muchos dirigentes políticos independentistas han soñado con recrear desde que se fugaron al extranjero.
El "hemos venido a acabar lo que empezamos" de Marta Rovira en Cantallops el viernes pasado, entre aplausos y algún abrazo furtivo que debió helarle la sangre, no sonó tan épico como Tarradellas. Pero menos da una piedra, teniendo en cuenta que el partido se hundió el pasado 12 de mayo en los 20 diputados y que la militancia de ERC y Cataluña entera se han enterado de la guerra sucia instrumentalizando la enfermedad de Pasqual Maragall.
Todas las familias tienen sus miserias, pero el escándalo de los carteles es demasiado embarazoso para un partido adalid de la democracia y del juego limpio. Si había alguna posibilidad de que ERC se animara a jugar a la ruleta rusa en una repetición electoral en octubre, desapareció en el momento en que la ciudadanía tuvo conocimiento de aquella indignidad.
No habrá repetición electoral. Lo sabe Oriol Junqueras y lo sabe Rovira. Ahora solo falta que el camaleón republicano cambie del color amarillo al color rojizo bajo el pretexto de que la financiación singular bien vale un voto a favor en la sesión de investidura de Salvador Illa. Porque el concierto económico es un espacio de soberanía y porque, en Vic, Rovira no escuchó gritos de botifler.
Ahora bien, eso puede cambiar en las próximas semanas. Y es que, si la secretaria general de los republicanos se da un baño de masas en Vic, Puigdemont tendrá que conformarse con hacerlo en la Catalunya Nord, donde el sábado 27 de julio tiene previsto atornillarse al trono de Junts pese a asegurar que, si no le daban los números para ser president, dejaba la política, que se presentaría a la investidura o que, incluso, estaba dispuesto a volver a Cataluña este verano para ser detenido.
Porque sí, a pesar de que Jordi Turull dijo que Puigdemont regresaría porque es "un hombre de palabra" y de que el siempre hábil Josep Rull se prestó a la farsa diciendo algo así como que a ver qué policía era el guapo que le ponía las esposas a Puigdemont en el Parlament estando él como escudo humano, el expresident ya amenaza con volverlo a hacer.
Y no hablo de declarar la independencia, sino de quedarse en Waterloo a la espera de que pasen las turbulencias judiciales. Como cuando fue candidato de Junts en 2017 y en 2021. Pero insistimos en olvidarlo, porque hay mucho romántico de las escenas de balcón.