El artefacto inestable en el que se ha convertido la política catalana avanza en estos momentos hacia una repetición de las autonómicas a principios de otoño. Este escenario puede cambiar, ya que la volatilidad es la tónica dominante en el territorio (y la oferta de una financiación singular para Cataluña puede cambiar las cosas). Sorprende, eso sí, que el partido que empuja más hacia otros comicios es una ERC que se juega en ese momento volver a la casilla de salida. Es decir, perder toda la fuerza que el partido ganó a lo largo del procés.

En 2010 el grupo parlamentario republicano, que entonces encabezaba Joan Puigcercós, estaba formado por diez diputados. Los 23 y 21 escaños obtenidos por Josep-Lluís Carod Rovira en los comicios de 2003 y 2006 habían sido hasta ese momento un espejismo en la historia electoral de la formación. Eran su techo electoral en el Parlament y lo habían alcanzado en un momento dulce. El primero le permitió entrar en el Govern y el segundo reeditar el tripartito de la mano del PSC e ICV-EUiA.

El proceso independentista arrasó las bases sobre las que se construyó esta coalición. La doble crisis que siguió al fin de los años dorados del inmobiliario arrolló a los ecosocialistas, que mutaron en los Comunes por el fenómeno 15M. Esta burbuja ha explotado y, unida a las purgas a las que está sumida la izquierda pura de forma cíclica, el partido que gobernó Barcelona está al borde de la desaparición. Y es precisamente en Barcelona donde ERC ha escenificado que también está al límite.

La pugna interna escalará en los próximos días, cuando se abran las sesiones de investidura en el Parlament. Dejarse 13 diputados el pasado 12M ha provocado que tanto Pere Aragonès como Oriol Junqueras abandonen la primera línea política por cuestiones diferentes. El primero se ha ido a su casa. El segundo se ha colgado la mochila y se ha lanzado a hacer territorio. Emula a aquel Pedro Sánchez desahuciado a mano alzada en la sede PSOE e intenta demostrar a todas las agrupaciones locales que su mandato no ha terminado y que los tres años y medio de cárcel no le han pasado factura.

Marta Rovira, secretaria general instalada desde hace años en Suiza, ha aprovechado esta circunstancia especial para tomar todo el poder y lo ejerce con mano de hierro. Los críticos con su estilo recuerdan que ella misma ha asegurado que no regresará a Cataluña, aunque incluso sin ley de amnistía podría cruzar sin demasiados problemas la frontera porque sólo está procesada por desobediencia. Pero su hija está escolarizada en Ginebra y su pareja cuenta con un trabajo bien remunerado en el país helvético, por lo que no tiene muchos alicientes para regresar a su Vic natal.

Rovira tiene una muy buena sintonía personal con su homólogo en Junts, Jordi Turull, y las relaciones personales pesan mucho. Tanto que desde el partido explican que la estrategia de ERC se determina de forma unilateral desde Suiza, sin que la lleguen a conocer el resto del equipo negociador. Así ocurrió con el pacto con Junts para brindar la presidencia de la Mesa del Parlament a Josep Rull, un acuerdo que implicó que los republicanos renunciaran al segundo cargo institucional catalán. Los socialistas se lo habían ofrecido.

La Federación de Barcelona ha tenido que aparcar la entrada en el Gobierno de Jaume Collboni tras el golpe de mano de Rovira. La líder en Suiza llegó a movilizar los altos cargos del Govern para que fueran a votar que no en la consulta. La negativa remaba a favor de su estrategia en Cataluña, aunque implicaba dejar sin sentido la política que los republicanos practican en el ayuntamiento. Pero la idiosincrasia del consistorio queda muy lejos de Ginebra y así lo ven desde el propio partido.

Las bases de ERC no están precisamente a favor de facilitar que los socialistas copen poder en Cataluña. No ven con buenos ojos ejercer de muleta del PSC en el Congreso, en el Parlament y en el Ayuntamiento de Barcelona; especialmente porque dan la cara por uno de los partidos del 155. Aunque eso otorgue al territorio un periodo de estabilidad que dé tiempo a los republicanos para rearmarse, resurgir de las cenizas y buscar su espacio político en el postprocés.

La dicotomía está clara. ERC tiene que decidir qué alma de su partido se impone en el momento actual. Si los que apuestan por allanar el camino de la presidencia a Salvador Illa, entre ellos, el propio Junqueras; o los que se quieren echar en brazos de Carles Puigdemont e incluso reeditar Junts pel Sí, como pide Marta Rovira. Es decir, comprar la estrategia y el relato del partido que consideran que les ha humillado durante años y con el que incluso rompieron de forma pública durante el mandato de Aragonès.

El reto es, en el fondo, muy prosaico. Tanto la cúpula como las bases de ERC deben decidir a quién odian más.