Si nada se le tuerce, Pere Aragonès completará la legislatura de cuatro años. Es casi un milagro, teniendo en cuenta algunas variables, como que el de ERC es el Govern con menos apoyos de la historia (solo 33 diputados, y ni siquiera ganó las elecciones) o que en Cataluña estamos habituados a acudir a las urnas cada dos años (2010, 2012, 2015, 2017, 2021) desde que al nacionalismo le dio por sacarse de la chistera el cuento del procés para tapar sus vergüenzas y desviar la atención.

También es un milagro que, con esta aritmética, Aragonès haya encarrilado unos nuevos presupuestos, los terceros de la legislatura, pues recordemos que en Cataluña tampoco estábamos muy acostumbrados a tener unas cuentas anuales (los del 2020 fueron los primeros tras tres años de prórrogas). No es tan difícil llegar a acuerdos, aunque en estas conversaciones de mínimos se esconde por otra parte el bajo nivel de la política actual, incapaz de ofrecer una alternativa convincente a este Govern que nació roto y se ha limitado a apagar fuegos y a sobrevivir más que a gestionar de verdad.

Y es que estos pactos, sin entrar a valorar si son mejores o peores para la ciudadanía, buscan ante todo el beneficio personal de los interesados. Lo comido por lo servido. No nos hagamos daño, que hay muchos sueldos y cargos en juego, en Cataluña y en Madrid, y aquí paz y después gloria. El fin justifica los medios. Y en eso son especialistas en el PSC, muleta del nacionalismo catalán desde que el mundo es mundo.

No podemos olvidar la genuflexión de los socialistas catalanes ante el nacionalismo con cuestiones como las sentencias judiciales que fijan un mínimo de enseñanza en castellano, que nadie cumple y nadie exige. O los cambios de opinión de la inexplicable amnistía. La amnistía no es de izquierdas, y lo explicó muy bien el presidente del TSJC, señor Barrientos, el pasado lunes: “Una ley que privilegia a unos pocos frente al conjunto de la ciudadanía nunca podrá ser esgrimida como elemento de pacificación, sino de discordia”. Que no nos vendan la moto.

En cuanto al contenido de los presupuestos, da para mucho, y hay cuestiones muy positivas, como la apuesta por la investigación y la cultura (insuficiente todavía), pero otras que deberían hacernos pensar: tenemos que enfrentarnos a una sequía severa, registrar unos expedientes educativos deficientes y sufrir graves problemas para acceder a la vivienda para destinar elevadas partidas a estos sectores. Vamos tarde, pero es que, hasta ahora, sus señorías andaban despistadas con otras cuestiones sobre la identidad nacional. Normal.

¿Y qué hay que decir de la elevada pobreza que recorre Cataluña? Uno de cada cuatro catalanes está en riesgo extremo de carestía. ¡Menos mal que nos gobiernan las izquierdas! Pero la culpa es de Madrid, seguro.