Por más que lo quieran maquillar, la degradación que ha sufrido Barcelona en la última década es evidente en numerosos aspectos; entre ellos, la criminalidad. 

Según los últimos datos, conocidos este lunes, las fuerzas de seguridad de la ciudad tienen fichados a 526 ladrones multirreincidentes que acumulan 6.169 robos violentos y hurtos en las calles de la capital catalana, lo que supone que cada uno de ellos ha perpetrado, por ahora, una media de casi 12 delitos. No obstante, los cinco más activos suman 228 antecedentes.

La policía no da abasto, y mucho menos cuando los agentes saben que los detenidos volverán a la calle en menos que canta un gallo. “Denuncia, pero poco podremos hacer”, se resignan. Por no hablar de otros delitos, que ahora no vienen al caso. Pero, antes, hay que detenerse en la palabra multirreincidencia. Reincidir es, según la definición, “volver a caer o incurrir en un error, falta o delito”.

¿A partir de cuántas reincidencias se considera multirreincidencia? No importa. Pero ahí van algunos datos. En estas primeras semanas del 2024, las distintas policías de Cataluña han arrestado a más de 270 delincuentes relacionados con robos y hurtos. Alrededor del 13% tiene una amplia ficha policial.

Entre ellos, destacan el ladrón de la Cruz Roja de Lleida, detenido el pasado 23 de enero con 65 antecedentes a sus espaldas; 26 tiene el relojero arrestado ese mismo día en el paseo de Gràcia de Barcelona; más de 100 acumulan los dos ladrones de catalizadores cazados en Valls el 1 de febrero; 44 figuran en el currículum del asaltante de una vivienda de Tarragona (11 de febrero); 65 atesora el hombre que despluma comercios de Lleida por la noche (14 de febrero), y de 85 presumen los dos amigos de lo ajeno que se llevaron varias freidoras de cocina de un almacén de Salou la noche de San Valentín. Son solo algunos ejemplos.

No me importa si se llaman Jordi o Usama. Lo que me preocupa es que esta gentuza campe a sus anchas por las calles porque la legislación les es favorable y porque los escasos tribunales están hasta los topes. Y que la lucha contra la multirreincidencia se utilice únicamente como reclamo electoral. Visto desde otro punto, la sensación generalizada es que la delincuencia está más o menos permitida, puesto que nadie entra de raíz en el asunto ni se pone firme. Cosas del buenismo, de la compasión y del ombliguismo de muchos de quienes nos gobiernan.