Si hoy Alberto Núñez Feijóo no preside el gobierno de España es por Cataluña. Su partido reparó antes de las elecciones generales los líos que tenía en la Comunidad de Madrid y en Andalucía, donde conserva el poder, e hizo lo propio en la Comunidad Valenciana, donde desalojó a sus adversarios del puente de mando.

Cataluña genera pereza a los líderes nacionales. Les cuesta entender lo que sucede en la región, cómo se conforma su opinión pública y, sobre todo, no siempre han dispuesto de los mejores representantes o embajadores para que les transmitan el pulso catalán con la exactitud necesaria. Tienen dificultades para capilarizar.

A Feijóo no le dio tiempo tras las elecciones autonómicas y municipales de mayo pasado a recomponer su partido en tierras catalanas. Andaban a la busca de un candidato para sustituir al presidente regional, un Alejandro Fernández a quien los acontecimientos últimos de la política española le han aferrado al cargo con más fuerza que antaño. Y fruto de esa falta de tiempo, pereza, vagancia o lo que fuese, el resultado en las últimas elecciones generales en Cataluña fue de los peores en la historia del partido conservador. No tanto por los votos obtenidos por el PP, sino porque el PSOE cimentó su resultado en un crecimiento inesperado en las cuatro demarcaciones y fue de Barcelona de donde aterrizaron los apoyos necesarios para la investidura de Pedro Sánchez.

Sin embargo, Feijóo y Carles Puigdemont se conocen desde que ambos ejercían como presidentes autonómicos. Había sintonía entre dos líderes de derecha de similares edades que mantienen más coincidencias ideológicas que divergencias en cuestiones de identidad y modelo de estado. Hablan, por supuesto que hablan. No solo en esa reunión de agosto pasado que escandalizó a los que desearon hacerlo, sino porque el diálogo entre el PP y Junts nunca ha dejado de existir.

El jefe de la oposición jamás ha sido muy beligerante con el prófugo catalán. Otras voces de su partido son siempre las encargadas de tratar con dureza al líder de Junts. Un rápido vistazo a la hemeroteca avala esta afirmación. De ahí que resulta de lo más normal que en plena campaña electoral gallega Feijóo admita que estaría dispuesto a resolver vía indulto el retorno de los fugados si ellos cumplen con el protocolo previo de entregarse, ser juzgados y admitir que lo suyo fue un error.

Es una estrategia política de bajo o nulo coste. Primero porque lo más probable es que, pese a todas las dificultades de la ley de amnistía, Puigdemont regrese en esta legislatura, lo que hará innecesaria la intervención del PP. Segundo porque el gallego sabe con certeza que el catalán no se arrodillará ante el Estado para garantizar su regreso, ya que prefiere mantener el discurso de la represión y el exilio como activo básico de su formación. Tercero, y no menor, porque detrás del expresidente catalán hay unos centenares de imputados por diversas causas relacionadas con los CDR, Tsunami Democràtic y otras lindezas procesistas que no pueden desgajarse del arreglo que obtenga su líder. En cualquier caso, apelar a un eventual indulto al fugado en plena campaña gallega permite deducir que las palabras pronunciadas por Feijóo serán inocuas en su tierra, pero le ayudan a mejorar la imagen en Cataluña, donde el patio propio y ajeno sigue patas arriba en materia política. Justo donde más falta le hace.