Breve recordatorio: Carles Puigdemont fue president de la Generalitat gracias a que la CUP mandó a Artur Mas a la papelera de la historia, acaparando el foco mediático hasta el último segundo de unas negociaciones de infarto y estando a punto de forzar una repetición electoral. Aquel día, cuando Puigdemont dio un paso al frente para adentrarse en la historia de Cataluña, quedó fascinado por la estrategia kamikaze de los antisistema. Nunca más volvió a ser un convergente al uso. A partir de entonces, siempre fue un convergente enamorado de la CUP.

Poco a poco, Puigdemont fue interiorizando las temeridades con las que los antisistema deslumbraban a propios y extraños. Hasta que fue devorado por sus propios órdagos, su propia retórica, al declarar (o hacer que declaraba) una DUI y responder (o hacer que respondía) a los requerimientos del Gobierno, previos al artículo 155 y su huida del país.

Es el retrato del insobornable héroe de acción que mantiene en vilo a los espectadores en el clímax de la película, pero que termina decepcionando a sus seguidores en posteriores secuelas de menguante taquilla. Le pasó a la CUP y le pasará a Puigdemont. Es el ciclo que, probablemente, ya se haya iniciado tras el giro de guión de las elecciones del 23J, pero el expresident aún no lo sabe y busca un remake de la original, amenazando con bloquear investiduras, tumbar decretos anticrisis o jugándose el regreso a casa devolviendo la amnistía a la Comisión de Justicia.

El problema es que Junts tiene varios guionistas. Unos radicales, otros pragmáticos y otros que quieren volver a pisar moqueta. Y como resultado de todo, la película no se entiende. ¿Por qué motivo iban a renunciar los neoconvergentes a cogobernar la ciudad de Barcelona o a la codiciada amnistía de no ser por las exigencias de un excéntrico protagonista? ¿Se puede querer volver a gobernar Cataluña mientras alimentas el entendimiento entre socialistas, republicanos y comunes al amenazar la legislatura en el Congreso o al hacer guiños a los votantes de Sílvia Orriols?

Sea como sea, el remake de Puigdemont siempre tendrá incondicionales que se levantarán a aplaudir ante un par de acrobacias políticas que recuerden a la película original. Pero, en silencio, habrá quienes miren el reloj deseando la llegada de los títulos de crédito. O esperando a que aparezca un actor secundario que aumente la calidad y la coherencia de la cinta. Pero Puigdemont acapara, minuto a minuto, cada fotograma.