La sequía que persiste en Cataluña propicia más restricciones al consumo de agua a la población. La Generalitat ha apostado por esta vía para hacer frente a las carencias hídricas y son cinco localidades del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) las primeras en ver cómo el servicio que llega a sus vecinos baja la presión.

Lo van a notar poco. Ocurrirá por la noche y se espera que las afectaciones no vayan a más. Y aquí se incluye que los pisos más altos se queden sin agua y que algunos calentadores gripen, daños colaterales que no son precisamente menores y que de forma inevitable van a generar cabreo. Más, cuando cada vez está más claro que a la Generalitat le tiemblan demasiado las piernas al hablar de sequía.

En Vallirana mismo, ahora se acelera en la conexión del municipio a la red Ter-Llobregat que se pidió hace ocho años. También se ha vendido como un éxito del Govern la puesta en marcha de la regeneración en la depuradora de Mataró, una tecnología que está lista en la zona de El Prat desde hace siete años y que aún no ha recibido la bendición de la Generalitat para usarse como agua de boca.

Este cambio legislativo no sería menor. Los expertos advierten de que con una regeneración bien planificada, la zona de la llamada gran Barcelona sería autosostenible. Y cabe recordar que la inmensa mayoría de la población de Cataluña vive allí. Otra ventaja: la inversión en los sistemas de regeneración es mucho menor que la construcción de una desalinizadora (sin contar el gasto de energía en su puesta en marcha) o la que se requiere cualquier trasvase de otros recursos hídricos en el territorio. Y en la costa de California ya se usa incluso para cerrar el ciclo del agua.

Tras una década de inactividad, el Govern insiste en mirar al cielo y esperar el maná, unas lluvias que tampoco queremos que caigan de golpe para evitar las inundaciones. Y en el país donde la lluvia no sabe llover, como decía Raimon, la estrategia para hacer frente a los próximos meses solo pasa por reducir aún más el consumo de los privados -y dejarlo sin duchas en los gimnasios, una medida estética- y traer agua en barcos.

La Generalitat insiste en poner parches en lugar de perfilar un plan de acción que debe contar con el visto bueno de como mínimo el resto de grandes partidos y que garantice la supervivencia hídrica de Barcelona y su área de influencia en las próximas décadas. Si vuelve a llover y lo hace donde toca (en los embalses de la red Ter-Llobregat, que no son precisamente demasiado grandes), ¿el Govern se va a olvidar del problema otros 15 años más?