Pedro Sánchez despide el 2023 como presidente del Gobierno de España, un escenario que se antojaba insólito cuando el pasado mes de mayo el PP le arrebataba Gobiernos autonómicos y municipales en unas elecciones de pesadilla para los socialistas. Pero lo más interesante de todo, una vez asumido que Sánchez es un superviviente político como pocos hemos conocido en la historia reciente, es cómo ha empezado el 2024: enseñando la patita a sus socios indepes en la antesala de las elecciones catalanas.

El Gobierno traspasará la gestión del ingreso mínimo vital (IMV) a todas las comunidades que lo soliciten, y no solo a Cataluña, extendiendo así a otros Gobiernos su acuerdo con la Generalitat. El catalán no es oficial en la Unión Europea. Y la amnistía será un proceso complicado, no exento de turbulencias y, tal vez, el resultado no proteja a todos los dirigentes independentistas que desean cubrirse con el manto de la Ley Orgánica. Además, cabe la posibilidad de que Carles Puigdemont no pueda presentarse a las elecciones catalanas (si es que quiere) una vez amnistiado, precisamente, por unos plazos dilatados cuando el horizonte electoral catalán se sitúa, a lo sumo, en febrero de 2025.

En resumen, Sánchez no está dispuesto a ser el pagafantas de los indepes una vez ha vuelto a atornillarse en el poder, y va a incumplir muchas de sus promesas ante sus socios ya en los primeros meses de legislatura. Y, aunque Junts se levante de la mesa de negociación de tanto en cuando o amenace con no apoyar decretos del Gobierno, la realidad es que depende de Sánchez hasta que se consume la amnistía. Porque es la única forma de que su travesía del desierto cobre sentido.

Puigdemont no asumió el riesgo de ser tildado de botifler y dio un volantazo traumático en Junts hacia el pragmatismo para, ahora, quedarse a las puertas de recoger su ansiado premio. Sánchez puede respirar tranquilo mientras Puigdemont no sea amnistiado, y con ERC puede hacer lo propio tal vez para siempre, pues hace tiempo que los republicanos fían su existencia al posibilismo y las negociaciones con los socialistas en Madrid.

El problema para Puigdemont y para Oriol Junqueras es que Sánchez lo sabe. El tiempo juega a su favor y, con la mente fría del equilibrista, seguirá avanzando hacia su codiciado objetivo del 2024: la victoria del PSC en las próximas elecciones catalanas. Salvador Illa, disparado en las encuestas, está haciendo una oposición responsable, propia de quien aprieta, pero no ahoga ante emergencias sociales como la sequía o el fracaso del informe PISA. Cotice o no electoralmente esta mano tendida, el primer secretario gana tiempo para dejar atrás el fantasma de la amnistía y que Sánchez pueda desplegar su poder.

Sánchez decidirá su futuro inmediato con las elecciones catalanas, y si finalmente logra doblarle el brazo a ERC y Junts y los socialistas regresan al Palau de la Generalitat, purgará buena parte de sus pecados ante los votantes que le recriminan haber dado alas al independentismo. Pero ¿cómo afrontarán el 2024 ERC y Junts en un escenario político en el que negociar con Sánchez no hace sino deprimir aún más a la base independentista? ¿Qué performance estarán preparando para romper artificialmente la baraja y cabrearse con Sánchez justo antes de las autonómicas? Es una incógnita.

Lo que sí sabemos es que la sangre no llegará al río. Porque por encima de todo está cobrarse la amnistía y poder pasar por caja, siempre con el disimulo de quien tiene pesadillas con ser abucheado en la próxima Diada, a las puertas de las autonómicas.