Pedro Sánchez lo tiene todo de cara para seguir en Moncloa. Ha tragado con ERC y ahora tendrá que sudar tinta con Carles Puigdemont. Mucho se ha escrito sobre el protagonismo que busca (y ha obtenido) el expresidente de la Generalitat con una negociación que le ha devuelto por chiripa a la actualidad política desde el letargo de Waterloo. Y aunque es su oportunidad de oro para poder regresar a Cataluña y recuperar su carrera política, puede mandar al traste la negociación en tiempo de descuento por no atreverse a pactar con el “enemigo”, tal y como tildan los autodenominados CDR a los socialistas.

Mientras se deshoja la margarita de la investidura, el inmovilismo en la Generalitat es sangrante. El presidente, Pere Aragonès, dedica tantas energías a gestionar el territorio como a asegurar su futuro político. Esta semana hemos tenido una nueva muestra de que la bicefalia de la dirección de ERC no es buena para el propio partido, con choque de egos incluido entre el mandatario catalán y Oriol Junqueras tras firmar el pacto con Sánchez.

Tampoco para el Govern, cuya imagen de ir con el piloto automático es recurrente. Sólo es necesario ver los mensajes que se potencian tras las reuniones semanales de los Consejos Ejecutivos, son siempre más de lo mismo (es decir, postprocés). Mucho politiqueo y poca política de fondo.

Se debe reconocer que ERC ha encontrado un filón en este relato. Le permite superar sin despeinarse los escándalos que destapa esta gestión a medio gas instaurada en plaza Sant Jaume y sus satélites. Especialmente, en clave social.

Cataluña se acaba de coronar como la autonomía con más personas que han fallecido en los primeros cinco meses del año en las listas de la dependencia mientras esperaban una prestación. La Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales ha divulgado el dato apenas 15 días después de explicar que la Generalitat ha recortado otros 57 millones destinados a cubrir las necesidades de esta parte de la población vulnerable.

El Govern ha conseguido salir adelante de otros escándalos análogos, como el recorte en los pañales para dependientes, con el argumento de que Madrid ahoga la economía catalana y que los sucesivos Ejecutivos no tienen otra salida que la de podar la partida de gastos. Pero esta excusa ahora no vale. El triste hito en las listas de la dependencia se alcanza poco después de que Madrid haya dado más recursos a las autonomías para este fin.

Tampoco es que haya pasado una gran factura a Aragonès y su equipo. La negociación de la investidura también ha paralizado la fiscalización incluso en el Parlament. Los socialistas de Salvador Illa mantienen el perfil bajo y así seguirán como mínimo hasta que concluya el diálogo entre el PSOE y los dos principales partidos independentistas. Y, si hay boda, se espera que permanezca en este estado un tiempo prudencial. El suficiente para retomar el pressing con guante de seda que practica el líder de la oposición y que se puede volver más ronco con la proximidad de las autonómicas.

Salvo que Junts mande al garete una oportunidad histórica de dar carpetazo a las consecuencias políticas del procés, España recuperará su gobierno en pocas semanas. ¿Cuándo ocurrirá lo mismo en Cataluña?