Bochornoso. Indigno. Repugnante. Humillante. Del mismo modo que faltan palabras para describir y definir el legado de Leo Messi, flamante ganador de su octavo Balón de Oro, tampoco las hay para describir lo visto este lunes en Bruselas. El PSOE, con los calzones por los tobillos, ya se ha quitado la careta y se ha entregado a Carles Puigdemont, el mismo hombre que el presidente Sánchez se comprometió a traer de vuelta a España para que fuese juzgado por el referéndum del 1-O y la DUI interruptus, de la que se han cumplido seis años. Parece que nuestro particular Jekyll y Hyde ha vuelto a cambiar de opinión.

La escena es grotesca se mire por donde se mire. El orden de los factores no altera la afrenta. Por un lado, la negociación PSOE-Puigdemont tiene un único objetivo para los “socialistas”: que Pedro siga en el poder, a cualquier precio, y ese es ahora la amnistía (que sepamos). Y la amnistía supone no solo perdonar lo que el independentismo lio en Cataluña en 2017 (quebrantamiento de la ley, desobediencia) y años posteriores (empobrecimiento, señalamientos, cortes de carreteras, etcétera), sino olvidarlo y decir que no pasó nada, que se juzgaron unos hechos que no lo merecían; que no hay democracia, vamos, y que quienes plantamos cara ante aquellos desmanes estábamos poco menos que equivocados.

Más madera. ¿Quién diantres es ahora Puigdemont como para aceptarlo como interlocutor? No es nadie, aparte de un prófugo de la justicia que ha montado su chiringuito en Waterloo y pasa sus ratos en el Parlamento Europeo. No tiene ningún cargo en Junts. Ni se arrepiente de lo hecho ni respeta a las instituciones españolas (como demuestra la ausencia de los nacionalistas, todos ellos socios del PSOE, en la jura de Leonor). No le importa a Sánchez, que envía a sus adláteres a negociar con él bajo una inmensa fotografía del 1-O, y hasta le llama “presidente”. Todo por la poltrona. El doblegamiento es digno de estudio. La traición, lamentable.

A todo esto, sale ERC, que anda con la cabeza gacha porque Puigdemont le está comiendo la tostada, a cargar contra la monarquía porque es la “expresión máxima de la desigualdad, los privilegios y la impunidad frente al resto de ciudadanos”. No se puede ser más cínico. ¿Acaso la amnistía de la que se beneficiarán sus líderes no es precisamente eso?

Pero volvamos al PSOE, un partido que, con estas actitudes, está demostrando ser de todo menos socialista; de todo menos de izquierdas. Y una formación débil, frágil, sin (casi) nadie que alce la voz ante tamaño atropello. Iceta, Illa y tantos ministros que no hace tanto negaban la medida de gracia, hoy la aplauden sin sonrojarse. Y los miramos atónitos unos, dormidos otros, porque bastantes problemas tenemos encima.

El PSOE, el PSC son cómplices del nacionalismo, y no ahora, sino que es algo que viene de lejos. Les han dejado hacer a sus anchas, concediéndoles cada día un poquito para que no se enfaden. Y la virtud de Sánchez es que cada paso que da es más escandaloso que el anterior, que queda en el olvido. En el fondo, Dios los cría y ellos se juntan. Sánchez y Puigdemont son tal para cual. Uno habla en nombre del pueblo de Cataluña; otro, en el de España, siempre en función de sus intereses personales, aunque bastante tienen con representarse a sí mismos.