Los chinos no soportan más al melancólico. Lo han largado ellos, pero su socio y sustituto también ha jugado fuerte para quitar de en medio al trotskista millonario que atesoró su fortuna con los derechos del fútbol. El izquierdista que reclama pan para la sociedad se ha forrado con el circo. Dice mucho sobre el personaje que aportó gasolina al proceso soberanista de 2017 y que lleva años en un constante trabajo de desestabilización democrática fruto de una profunda, arraigada y cultivada hispanofobia.

Jaume Roures Llop ha sido descabalgado esta semana de la empresa que fundó e hizo crecer hasta casi enterrarla. Es una especie de justicia poética que, aunque con los bolsillos repletos, sus socios hayan decidido que su presencia resta más de lo que suma. El accionista chino (Orient Hontai) salvó la compañía de una clamorosa insolvencia después del Covid. Fruto del dinero empleado en ese menester atesora un 85% del capital. A su lado, la multinacional de la comunicación y la publicidad WPP posee otro 5%, porcentaje similar al de Roures y su socio y sustituto, el también fundador Tatxo Benet.

Las peripecias de Mediapro han dejado muchos cadáveres y ríos de tinta por el mundo. Salió por la puerta trasera de Francia, donde aún resuenan algunas portadas que le tildaban de bucanero por la ruptura de los contratos sobre la liga de futbol. Perdió también la liga italiana y hubo de salir tarifando de aquel país. La experiencia americana no fue mucho mejor. Hubo de pagar 20 millones de dólares a la fiscalía estadounidense como sanción por una condena que reconocía el pago de sobornos para gestionar eventos deportivos. En España todo fue bien hasta que Telefónica le disputó el negocio y Josep Maria Bartomeu no le renovó los contratos con el Barça.

Impasible, voluntaria y patéticamente desaliñado, el exmilitante de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) vive en una especie de activo resentimiento de manera permanente. Y los medios de comunicación le gustan de manera expresa. Estuvo en la fundación de La Sexta, del primer y fallido diario Público, y logró hacerse de manera interpuesta con la reedición digital de esa cabecera en una operación que levantó las iras de una plantilla que veía en El Melán, nombre de guerra de su etapa de militancia, un aliado ideológico. Se ha preocupado, de manera especial, en mantener amistades en el ámbito de la comunicación.

Era uno de los habituales de los radiofonistas Mònica Terribas o de Jordi Basté, que lo hacían entrar en sus programas con una mezcla de respeto y subordinación al oráculo impropia e inexistente con otros invitados. Le sirvió de poco para completar su sueño principal: construir un gran grupo de comunicación, convertirse en una especie de Ciudadano Kane a la catalana. Se le obstaculizó de manera concertada para evitar que se hiciera con el control de El Periódico de Catalunya y el Sport cuando Grupo Zeta entró en declive. No tuvo suerte en esa batalla mediática.

Pero lo lee todo. Sobre todo, aquellas informaciones y análisis periodísticos que hablan sobre él y sus correrías. En este medio lo conocemos bien. Sus burofax de respuesta a informaciones y columnas de opinión han sido permanentes en la corta historia de Crónica Global. En tres ocasiones, 2018, 2019 y 2021 nos denunció ante los tribunales. Las dos primeras fueron demandas vinculadas al derecho a la rectificación que perdió y en las que los magistrados incluso le impusieron condenas a costas. La tercera buscó la vía penal contra Josep Maria Cortés por su artículo de opinión (Jaume Roures, el cacique que soborna y blanquea). Aquí el revolcón de la justicia fue todavía mayor. De nada servía tener al departamento jurídico de Mediapro velando por la imagen de su capataz. La estrategia legal que un día sirvió para torcerle el brazo a Prisa no ha tenido la misma suerte en otros casos por más insistente que resulte el melancólico.

Al frente de Mediapro sigue su socio y antiguo amigo Benet. Ha conspirado desde detrás de la barrera con los chinos para acabar con la carrera de Roures. Benet, leridano afincado en Barcelona, independentista de los que le pedía a David Madí que le colocará un documental sobre el juicio del procés en contra de la opinión del director de TV3, no es tan austero como su antiguo socio. Le gusta la vida esplendorosa y no tiene empacho en frecuentar los cenáculos de la burguesía barcelonesa (provocando más de una anécdota hilarante por su condición de parvenu entre los auténticos pata negra) o navegar con un yate lujoso de eslora reducida y quejarse de los “horteras” con pequeñas embarcaciones y música desagradable que surcan la Costa Brava.

El despido de Jaume Roures es una buena noticia para muchos. No podrá usar la fuerza de Mediapro para sus cuitas personales, aunque sigue siendo profundamente rico. Que se lo digan si no a Joan Laporta, a quien Roures avaló con 30 millones de euros para conseguir la presidencia del Barça. Ahí, en la entidad deportiva, es donde deberían comenzar a temblar. Sin ocupación directa y con un porcentaje ya de algunas filiales del Barça y mucho tiempo libre para conspirar, el entrismo troskista hará aparición en cualquier momento. Y los socios deberían prevenirse. Los chinos han conseguido echarle, pero les ha costado una fortuna. Los culés lo tienen bastante peor. Como se introduzca más en las bambalinas del club el riesgo ya no será convertir al Barça en una sociedad anónima o que el Real Madrid le dé un sopapo a domicilio. El peligro será más bien evitar que sea el club la morada última del caprichoso millonario catalán al que le gusta jugar a la política hasta con el papel higiénico de su baño.