A finales de agosto se conoció que Andorra ultimaba una ley por la que se obligaría a acreditar un nivel mínimo de conocimiento del catalán a aquellos extranjeros que quisiesen obtener o renovar un permiso de residencia, trámite imprescindible para conseguir un trabajo.

En aquellos días, los medios se centraron en los youtubers que habían fijado su domicilio en el país vecino para tributar menos que en España. Los titulares se preocupaban por influencers como El Rubius y TheGrefg, con ingresos millonarios gracias a sus vídeos.

Esta semana, el Gobierno del principado ha aprobado el proyecto de ley y, finalmente, los youtubers no tendrán que demostrar que saben catalán. Bueno, ni los youtubers, ni el resto de trabajadores por cuenta propia, ni los residentes pasivos (aquellos que van a Andorra a residir pero sin trabajar).

Es decir, que los ricos y los trabajadores de alto nivel no tendrán que pasar por el aro, mientras que los menos favorecidos deberán someterse a esta nueva exigencia.

La ministra de Cultura, Juventud y Deportes de Andorra, Mònica Bonell, ha defendido que la obligación de acreditar el conocimiento de catalán recaiga sobre los trabajadores del sector servicios, y más concretamente sobre los empleos del comercio y la hostelería que estén de cara al público.

Las sanciones por incumplir esta normativa irán de 1.000 a 60.000 euros. Y se entiende que las multas se aplicarán a las empresas que contraten a alguna persona sin el correspondiente título.

Sea como fuere, al final siempre pringan los de siempre. Como ocurre en Cataluña con la inmersión. Aquellos que se pueden permitir pagar una escuela privada de nivel, reciben una educación bilingüe, trilingüe o plurilingüe. Mientras que los que no tienen más remedio que acudir al sistema educativo público deben someterse a la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán, a pesar de que los tribunales han advertido una y otra vez que se trata de un modelo ilegal.

La excepción a los ricos introducida en la ley andorrana del catalán nos recuerda que el nacionalismo, además de xenófobo, es clasista. Y en lugares con un sistema democrático cuestionable presumen de ello sin disimular.