58 violaciones grupales en cuatro meses en Cataluña. O, lo que es lo mismo, más de tres violaciones (3,337) cada siete días entre enero y abril. Los Mossos d’Esquadra han compartido esta semana su radiografía sobre la violencia sexual que se denuncia en el territorio a raíz de la alarma social generada por el goteo de casos que se han dado a conocer en Badalona. No fue una simple información sin más, su sola exposición muestra un gran fracaso social que exige ponerse las pilas de manera colectiva.

De entrada, en la ciudad limítrofe de Barcelona se han dado, en menos de un año, ocho agresiones sexuales a menores de edad perpetradas por niños y adolescentes. Hay 21 investigados, pero 20 de ellos no llegan a los 18 años y 13 son, directamente, inimputables. Con la ley en la mano, son niños. Niños violadores. Además, cuatro han participado en dos o más agresiones.

El dato en frío alarma. No se queda aquí. Sus amigos les mandan mensajes de apoyo desde el exterior de los centros de menores donde están ingresados –su particular Joan Bona Nit hardcore–, reciben el cariño de sus bros en redes sociales y reinciden. Graban las agresiones (algunas de ellas han salido a la luz por estos vídeos) y se recrean en ellas. En la cultura de la violencia que practican no hay lugar para el arrepentimiento.

Muchos inciden en el detalle de que se trata de sucesos en barrios complejos, con una alta diversidad cultural y que están protagonizados por niños que vienen de entornos marginales y desestructurados. Pero este escudo es frágil.

Las manadas son la cara más extrema de esa oleada que ha llevado al resurgimiento de la ultraderecha y otros movimientos extremistas en toda Europa o que propicia que se repita el Que te vote Txapote vitoreado por otros niños que ni siquiera saben quién era Miguel Ángel Blanco.

Las violaciones a menores en Badalona se dan a 10 kilómetros de la discoteca donde una joven alertó de que Dani Alves la había agredido en un baño y que ha llevado a la estrella del fútbol a la prisión provisional sin fianza. Y es que hoy las jóvenes identifican y denuncian, incluso en estado de shock, que lo sucedido con un famoso en un baño es violencia. Varias de las niñas que han sido agredidas han tenido que recibir ayuda para entender que la experiencia vivida no es normal. Es traumática.

A ellas les queda la parte del león del camino de la violencia, el tener que convivir con esa herida toda su vida. Al resto de la sociedad, preocuparse y ocuparse de que no se den más casos como las 58 violaciones anunciadas.

El cambio legislativo urge, pero no sirve de nada por sí solo. Requiere de más recursos en educación, en formación, en acompañamiento a las familias vulnerables, en recuperar el ascensor social y en reconocer de una vez por todas que incluso en Europa, la tierra del estado del bienestar, ha fracasado la cohesión social. Especialmente cuando esta pasa por la convivencia de culturas. No existen fórmulas mágicas ni simples para resolver este reto en mayúsculas, pero ¿nos podemos permitir más niños violadores?