Los ricos también lloran es el título de un conocido culebrón mexicano de los años ochenta. Engañoso, si tenemos en cuenta otro culebrón, el de la gestación subrogada de Ana Obregón, que al parecer se saltó las clases de ética en sus tan cacareados estudios de Biología.
Anita la fantástica –así la llamaban en el papel couché--, hija de un constructor hecho a sí mismo que, como tantos beneficiados del pelotazo inmobiliario, mutó en nuevo rico, ha dado una vuelta de tuerca a la mercantilización que supone alquilar un vientre, vendiendo la exclusiva de que, en realidad, la niña es su nieta.
De las cinco fases del duelo por el hijo fallecido, Anita pretende saltarse tres. Tras la negación y la ira, la polifacética Obregón se ha centrado en la etapa de la negociación parar evitar la depresión y la aceptación. No solo ha negociado el precio de la niña, pagado a una mujer humilde de origen cubano, sino que ha vendido a una revista la historia de la paternidad del bebé: se trata de Aless, su hijo fallecido de cáncer. Una negociación, o mejor dicho, un negocio redondo, el de ganar dinero y aliviar la pena que comporta una tragedia personal, que no está al alcance del resto de los mortales.
Los ricos también lloran, y nadie duda de que Ana Obregón lo ha hecho. Pero ella pretende aliviar su dolor siendo abuela mediante la compra de un bebé. Ella puede, otras mujeres en su misma circunstancia no. Ella puede saltarse las leyes españolas, viajar a Estados Unidos, donde sí está permitida la gestación subrogada, e inseminar a la mujer que le dé la gana con el esperma del hijo fallecido. Porque tiene recursos económicos y, asegura, son las últimas voluntades de su vástago.
El alivio de Ana, o lo que ella entiende como terapia para su desgracia, está vedado para la mayoría de personas. Es el paradigma del capitalismo salvaje, el que no entiende de igualdad de oportunidades, ni tan siquiera en lo que respecta al tratamiento del dolor. "Ya no estaré sola, he vuelto a vivir”, dijo la Obregón mientras la opinión pública intentaba asimilar su imagen en silla de ruedas con el bebé en los brazos, abandonando un centro médico como si fuera una parturienta.
Insinúa esta actriz, empresaria y presentadora que volverá a ser abuela porque el fallecido Aless quería tener cinco hijos. Así que esta adaptación de Los ricos también lloran (pero menos) promete nuevas temporadas. Todas ellas bajo pago. Porque este recién nacido bebé, y los que puedan llegar, ya son carne de Sálvame, de programas rosas donde cualquier zángano puede enriquecerse vendiendo miserias propias y ajenas al mejor postor. Donde los hijos de famosos, convertidos ya en juguetes rotos, también mercadean con su vida para mantener su alto nivel de vida. Son programas con mucha audiencia, es decir, que criticarlos es hipócrita. Todos hemos sucumbido a las historias de Rociíto y Paquirrín. Pero lo de Obregón trasciende el cotilleo puro y duro.
Salvando las distancias, los métodos utilizados por Anita la fantástica recuerdan esa sociedad distópica de El cuento de la criada, una serie televisiva basada en la obra de Margaret Atwood donde unas pocas mujeres fértiles llamadas las criadas son forzadas a la esclavitud sexual. Al mercadeo que rodea el nacimiento de Ana Sandra Lequio Obregón se une el exhibicionismo de la criatura, cuyo derecho a la intimidad ya ha sido vulnerado por su propia abuela, ávida de dinero y de seguir en el candelero, aunque sea a costa de la vida privada de un menor.
A modo de conclusión, no es tan descabellado, ni tampoco intervencionista, el hecho de que la gestación subrogada esté prohibida en España. Afortunadamente, vivimos en un país donde, con sus muchas imperfecciones, se ha apostado por el Estado del bienestar. Por un modelo europeo donde no existe ni la dictadura del capital --Estados Unidos-- ni la política --China--. Existe el libre mercado, sí, pero está regulado. Y un sistema público de sanidad y educación muy, pero que muy mejorable, pero que es la única fórmula de atajar las desigualdades. También nos hemos dotado de leyes progresistas, como la que permite los matrimonios gais. Todo esto va de derechos, pero también de deberes. El alquiler de vientres, que es lo mismo que vender bebés, solo beneficia a quien tiene dinero. Nada hay de altruismo en esas mujeres gestantes, en su mayoría personas con problemas de subsistencia.