Aunque ha pasado casi una semana, todavía resuena el eco del espectáculo de la gala de los Premios Goya.
Espectáculo en todos los sentidos, claro, porque me parece un ejercicio de cinismo reivindicar la sanidad pública como crítica al modelo de salud concertado y privado pero luego aplaudirlo e incluso echar mano de él.
La situación más inaudita fue la intervención de Eulàlia Ramon, pareja del recientemente fallecido Carlos Saura, quien al principio de la gala recogió en su nombre el Goya de Honor y soltó un emotivo speech en defensa de la sanidad pública, que encarnó en el Hospital General de Villalba y en su personal, por cómo trataron al director.
Hombre, hombre, hombre… si de algo es ejemplo el Hospital General de Villalba es, precisamente, de colaboración público-privada, pues se trata de un centro público de gestión privada (una de las diversas fórmulas de concierto que hay, en este caso de la mano de un conocido grupo de salud), que es precisamente el sistema que habitualmente se critica en las declaraciones y manifestaciones “en defensa de la sanidad pública”. No estuvo acertada la señora Ramon.
Como tampoco lo estuvo Jordi Évole cuando salió a entregar el premio al mejor documental. “Hoy, que ya es domingo, a las 12 hay una manifestación en Madrid a favor de la sanidad pública”, aprovechó para lanzar. Bueno, la manifestación era “a favor de la sanidad pública” y en contra de Ayuso, claro. En contra de su modelo sanitario.
Un modelo –el de Ayuso– que se ha demonizado y al que se ha acusado de “privatizador” de la sanidad, pero que ha creado casos envidiables como el citado Hospital General de Villalba y que ha situado a Madrid entre las comunidades con las listas de espera quirúrgicas con los menores tiempos de espera de todo el país en las 14 especialidades que analiza periódicamente el Ministerio de Sanidad. Y una situación similar ocurre con las listas de espera de las consultas del sistema público. Ya nos gustaría tener en Cataluña esos mismos tiempos de espera. Eso sí, las manifestaciones contra el Govern brillan por su irrelevancia.
No digo que la sanidad de Madrid sea un oasis. En atención primaria, por ejemplo, según los últimos datos disponibles, Madrid cuenta con 0,68 médicos por cada mil habitantes, por debajo de los 0,77 de media nacional. Pero atacar íntegramente el modelo de colaboración pública-privada por principio me parece un error y, sobre todo, un ejercicio de hipocresía si luego te aprovechas de él y te ves obligado a reconocer sus buenos resultados.
De hecho, es un modelo más extendido de lo que muchos creen. Por ejemplo, el CAP de mi barrio, Sagrada Familia, es de gestión privada y siempre que lo he necesitado me han atendido con rapidez y alta eficiencia.
Además, el hecho de que quien se lo pueda permitir acuda a la sanidad privada ayuda a descongestionar la pública. La propia gala de los Premios Goya recurrió a un conocido grupo sanitario privado –por cierto, el mismo que gestiona el Hospital General de Villalba– para cubrir el evento. ¿O acaso debería haberlo hecho la pública?
Tras las críticas a la colaboración público-privada en la sanidad se esconde, en realidad, una visión sectaria de la política. Como ocurre con tantas otras cosas.
Sin ir más lejos, en la gala de los Goya algunos echamos en falta alguna crítica a nuestra participación en la guerra de Ucrania por parte de los mismos que hace 20 años utilizaron ese escenario para decir no a otra guerra (la de Irak), o algún reproche a la chapuza de la ley del sí es sí en alguna de las múltiples reivindicaciones feministas que se lanzaron a lo largo de la noche. Sobre todo si tenemos en cuenta que los responsables de ambas situaciones estaban en la sala de butacas. Pero me temo que habrá que esperar a un cambio de Gobierno para verlo.