El antiguo secretario general de presidencia de la Generalitat y mano derecha de Artur Mas durante sus años de esplendor se explayó hace unos días ante los micrófonos del programa radiofónico de Jordi Basté, el de más audiencia de RAC1. Las acusaciones de David Madí contra ciertos mandos de los Mossos d’Esquadra por filtrar información de forma interesada pueden sorprender, pero viniendo de quien vienen merecen toda la credibilidad del mundo.
Él mismo ha pedido al departamento de asuntos internos del cuerpo que investigue de dónde salieron detalles sobre su actividad empresarial que solo estaban en poder de la policía autonómica y que se hicieron públicos, dice, con el objetivo de perjudicarle.
Al margen de la opinión que se pueda tener del señor Madí, creo que habría que hacerle caso. No hay nadie en este país que sepa tanto como él de filtraciones periodísticas y de tuneados informativos. Sabe tanto de la materia que solo con ver en qué medio se publica la noticia y el nombre de quien la firma ya sabe dónde está la fuente; sobre todo si se trata de algo relacionado con el Departamento de Interior.
Hace exactamente 20 años, cuando Madí apenas tenía 32, orquestó una operación de goteo informativo a través de La Vanguardia que es digna de figurar en las escuelas de periodismo.
El Gobierno había modificado la ley de cajas de ahorro en la que estableció un tope de 70 años para la jubilación de los vocales de sus consejos de administración. No obstante, dejaba al arbitrio de cada autonomía la adopción de esa medida. En caso de no legislar en contra, se aplicaba la ley general.
Eran los tiempos del pacto del Majestic. El inefable Rodrigo Rato le sirvió en bandeja a Jordi Pujol la ejecución de Josep Vilarasau, el hombre que aun y cumpliendo casi todos los deseos del líder nacionalista se había estado escapando de su control durante decenios. Tenía 70 años y había pasado de la dirección general a la presidencia de La Caixa sin pedir la bendición del padrino. Como había hecho años atrás cuando recurrió a Juan Antonio Samaranch para presidir la entidad.
Después de varios errores, el Govern consiguió adoptar aquella ley de forma que en Cataluña solo afectara a Vilarasau, el hombre que había entrado en 1976 en una caja de ahorros con 224.000 millones de pesetas en depósitos y que la dejaba con 14 billones. Por primera vez en la historia, Cataluña tenía un banco capaz de medirse con los madrileños, los vascos y el Santander; y, en buena parte, gracias a él. Pero estaba sentenciado.
Madí fue el encargado de suministrar dosis homeopáticas sobre el desenlace de la decapitación al diario de los Godó. Y lo hizo con tal habilidad que supo presentar las desavenencias entre Vilarasau y su segundo, Isidro Fainé, como el motor de la movida.
El fondo no era ese, sino una venganza del mundo convergente pequeño burgués contra un señor burgués que pasaba de ellos, que había sabido evitarlos; y que los despreciaba. No solo lo jubilaron, también lo trincharon suministrando una información que solo tenía la Generalitat.
Un señor que tenía un proyecto demasiado grande para aquellas mentes, convertir La Caixa en un banco que cotizara en bolsa asegurando el control de la mayoría a través de una fundación, como habían hecho grandes corporaciones industriales centroeuropeas de origen familiar. Algo asombrosamente parecido a lo que hoy es Caixabank y la Fundación Bancaria La Caixa.
Y, ojo, que cuando Madí se refiere a policía patriótica y minivillarejos entre los Mossos d’Esquadra también sabe de qué habla. Que le pregunten si no a Josep Maria Bartomeu por su relación con el oficial de enlace de la policía autonómica que la Consejería de Interior colocó en el Barça y por su relación con la Generalitat independentista.
Que le pregunten también por qué prefirió denunciar ante la Guardia Civil la falsificación de avales en su moción de censura. En fin, que nos cuente el trato que recibió por parte de los mossos aquella noche de marzo de 2021 que pasó en los calabozos tras ser detenido sin orden judicial.