No hay encuesta sobre la situación de Barcelona que no ponga sobre la mesa la inseguridad que preocupa a los ciudadanos que residen y a los visitantes que llegan. Esa percepción no proviene de quienes desean que la cabeza de cartel de Barcelona en Comú, Ada Colau, no logre vencer en las elecciones municipales de mayo próximo. Ese resultado aparece así incluso en el propio barómetro que realiza el ayuntamiento de manera periódica.
La alcaldesa buñuelo o algunos miembros de su equipo intentan minimizar ese estado de cosas. Lo atribuyen a una percepción injusta, pero la estadística les tapa la boca cada vez que la abren. En la Ciudad Condal se registra una media diaria de 400 delitos, de diferente índole y gravedad. La Guardia Urbana insiste, a través de sus representantes sindicales, en que la capital catalana se ha convertido en una ciudad insegura, que se ha perdido mucha autoridad y que muchas normas se aplican con tibieza.
La inseguridad es, por tanto, la primera y principal preocupación de los barceloneses, por delante de la limpieza o de la falta de vivienda. Pero en términos de apreciación colectiva, el turismo --profesional o de ocio-- también está atemorizado por la violencia que se conoce. Aquellos que calzan un buen reloj (o bolso o joya) saben que el riesgo de que les sea sustraído se ha disparado exponencialmente. Los profesionales que se dirigen a Barcelona desde otros puntos de España han sido advertidos de esa eventualidad y en las agencias de viajes alertan cada vez más a los viajeros internacionales.
Veremos cómo ponderan los candidatos a la alcaldía ese fenómeno en estos meses de precampaña electoral que nos separan del 28 de mayo de 2023. La tendencia de las izquierdas a rebajar el asunto y a afrontarlo siempre desde un buenismo permisivo puede lograr que Vox acabe en el consistorio si se convierten en únicos agitadores del debate sobre la seguridad. Que la extrema derecha se cuele en la corporación local no será mérito propio, sino dejadez del resto de fuerzas. Casi el mismo desinterés que demuestran desde el gobierno o desde la oposición municipal con los delitos crecientes.
Inseguridad no es solo el atraco, la agresión o el robo. También lo es haberse convertido en la capital europea de la ocupación de viviendas. Mal premio para los barceloneses estar señalados como uno de los lugares en los que más fácil resulta dormir bajo techo sin necesidad de esforzarse por poseer títulos de propiedad.
Cuando los Comunes de Colau llegaron a un acuerdo de gobernabilidad con los socialistas de Jaume Collboni al principio del mandato se abrió una espita de esperanza porque el área de prevención y seguridad ciudadana recayó en el quinto teniente de alcalde y concejal del PSC, Albert Batlle. El abogado y político había tenido relación con ese asunto desde varias ocupaciones anteriores e incluso fue director general de la policía autonómica. Pues bien, la esperanza se quedó en eso y en vez de mejorar la gestión el empeoramiento ha sido manifiesto, sobre todo después del regreso a la normalidad en la postpandemia. Un pusilánime Batlle dedica más parte de su tiempo a cuestiones vinculadas a su cargo como concejal de Sarrià-Sant Gervasi que a la prevención y la seguridad. Basta con ver su agenda pública de los últimos días y es fácil comprobar como la asistencia a misas o bien oficiar bodas en el ayuntamiento le han ocupado más que intentar que la policía catalana se refuerce en Barcelona, que los operadores turísticos no distribuyan una mala imagen de la ciudad o conocer la opinión de jueces y fiscales sobre el crecimiento del delito local.
Barcelona ha dejado de ser la ciudad cosmopolita de antaño y hoy se la conoce más por la ciudad de los sablazos, el lugar donde debe esconderse el Rolex. La responsabilidad es en buena parte del equipo municipal de gobierno, aunque los independentistas de la Generalitat, que gobiernan sobre los Mossos d'Esquadra, tampoco están especialmente dispuestos a resolver el desaguisado.
En las últimas elecciones municipales todavía estaba muy presente el debate sobre la secesión de Cataluña. Esa corriente de debate influyó de manera notable en los resultados. El próximo 28 de mayo lo que estará en juego es cómo corregir la decadencia de la ciudad desde múltiples prismas. La seguridad ciudadana volverá a erigirse en protagonista. Harían bien los candidatos y sus equipos si deciden explicar en sus programas electorales qué medidas aplicarán para erradicar el top manta, rebajar los robos y hurtos a plena luz del día y reducir las agresiones de todo tipo que crecen en diferentes entornos, en especial la violencia sexual.
Barcelona no se merece una decadencia y una degeneración que tapa el resto de virtudes y activos incuestionables de una urbe abierta al Mediterráneo que en su día fue ejemplo y modelo de gobernanza entre las capitales del planeta. Que la alcaldesa buñuelo se empecine en negar la evidencia no impide que hoy algunos asistentes a congresos, no pocos turistas, muchos profesionales relacionados con la actividad económica y un buen número de ciudadanos anónimos paseen por la ciudad con miedo. Pasar de ser la ciudad de los prodigios a erigirse en la ciudad del miedo, la de los 400 delitos diarios, es una amenaza que se llevará por delante el trabajo serio de generaciones anteriores, menos sectarias y más sensibles a las cosas que importan de verdad.