Se acerca el 8 de marzo y, como cada año, empieza el goteo de anuncios en clave de género. Empresas que aseguran que ponen en marcha planes de igualdad, estudios que sacan a la luz las desigualdades que persisten ejercicio tras ejercicio y actos que buscan un hueco para reivindicar el día de la mujer como una concienciación que viene marcada en la agenda.

En los alrededores del 8M las féminas florecen encima de los escenarios y copan todas las sillas disponibles en los actos. De forma sorprendente, surgen suficientes voces de expertas de todo tipo de perfiles. Aparecen científicas, economistas, analistas, periodistas, profesoras, catedráticas...sabias en sus respectivas materias a que se les permite debatir y contrarrestar opiniones. Es decir, se supera su presencia anecdótica o, lo que es peor aún, que se las use como un elemento decorativo para que nadie se queje del sesgo por razón de sexo.

El feminismo ha conseguido en los últimos años que la mirada de género esté presente en todos los ámbitos de la sociedad. O, como mínimo, que se reconozca que se deben hacer cambios porque de forma sistemática el 50% de la población no tiene en cuenta a la otra mitad en cuestiones tan básicas como, por ejemplo, la investigación de nuevos fármacos, algo clave para prevenir efectos secundarios. De hecho, las enfermedades cardiovasculares aún son la primera causa de muerte entre la población femenina porque solo se divulgan los síntomas de los infartos masculinos. Y sí, en esto los cuerpos también difieren.

O las formaciones STEM, las disciplinas ligadas a ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas, donde la presencia de féminas está en el 35%. Y el dato de mujeres en las aulas cae al 3% si se miran las formaciones relacionadas con las tecnologías de la información y comunicación, las TIC. Una cuestión que tampoco no es menor, ya que en un momento en el que se diseña el mundo del futuro con todas las nuevas posibilidades que se tienen en la mano --inteligencia artificial, Internet de las Cosas, metaverso, etc.-- de nuevo, la voz y la mirada de la mujer es inexistente. La sociedad de los próximos años la crean de nuevo hombres.

Superar todas estas barreras y reivindicar que a las mujeres aún nos queda mucho trabajo para hacer debería ser la máxima del 8M. Con todo, se ha convertido en un día con una gran dosis de postureo. Incluso a la hora de convocar manifestaciones y protestas públicas, donde las agendas personales de cada colectivo superan la visión de que los retos femeninos son los mismos. Si de verdad apostamos por la igualdad con todo lo que implica, ¿por qué no lo hacemos todo el año?