La dirección del Partido Popular ha iniciado la voladura del propio partido y la transmite en directo porque quien ha tomado la iniciativa está convencida de que cuenta con el apoyo de los medios y de los votantes. Isabel Díaz Ayuso ha decidido aprovechar los modestos resultados del PP en Castilla y León para echarle el pulso definitivo a Pablo Casado.
Lo ha hecho en la certeza de que la jugada castellana estaba destinada a reforzar el papel del presidente frente a ella, su alternativa. Y también sabía que el partido iba a utilizar los negocios de su hermano para neutralizarla.
Ha jugado al todo o nada, lo que ha supuesto una respuesta de la misma intensidad desde la dirección nacional. El primer resultado salta a la vista: lodazal impresentable.
Alberto Núñez Feijóo, el barón con más influencia en el partido, ha aconsejado a Casado que tome las riendas, cite a Díaz Ayuso y ponga paz antes del congreso del PP, previsto para este verano. El político gallego apuesta por Casado, lógicamente, porque es el presidente, pero cuando le insta a tomar el control pone el dedo en la llaga: si realmente mandara, Ayuso no se atrevería a desafiarle.
Es imposible saber cómo acabará el enfrentamiento, pero tanto si gana uno como la otra, el partido quedará muy tocado y volverá a la casilla de salida en su carrera por volver a la Moncloa. Dificilmente sumará con Vox, tal como anunciaban las encuestas, lo que abre un nuevo periodo en la política nacional incluso aunque la extrema derecha pesque en el caladero de los populares como ha hecho hasta ahora en el de Ciudadanos.
Desde el punto de vista catalán, también supone un cambio relevante porque afecta a la estrategia de los independentistas, sobre todo de los republicanos. Gabriel Rufián hizo uno de sus ingeniosos tuits durante la campaña electoral --“No sabía que nos presentábamos en Castilla y León”, escribió--, pero sí sabía que ERC, como JxCat, estaban muy presentes en los mítines del PP y de Vox. De hecho, en la sesión de control del miércoles pasado en el Congreso usó los resultados castellano-leoneses para amenazar a Pedro Sánchez con echarle de la Moncloa.
Si no resuelve el “conflicto catalán”, que es como llaman los independentistas a su apuesta, tendrá que preparar las maletas porque el jaleo que le estamos montando terminará por dar la mayoría a la suma PP-Vox, espetó en su tono habitual. Era el mismo mensaje que había lanzado Pere Aragonès 48 horas antes desde Barcelona: con nuestro programa de provocaciones vamos a conseguir que gobierne la derecha y la extrema derecha; allá usted.
El harakiri del PP dificulta ese escenario que supuestamente podría favorecer a los nacionalistas catalanes con una espiral de acción/reacción que situara al Gobierno fuera de la legalidad y que les ayudara a ensanchar sus bases. Ese artefacto en el que los estrategas del independentismo habían puesto sus esperanzas ha sido desactivado por sus protagonistas.
Si tanto Casado como Ayuso quedan fuera de juego, que sería lo sensato, la alternativa más clara para el PP es el presidente gallego, lo que supondría un nuevo vuelco en el panorama político español. Sin necesidad de aproximaciones ni asimilaciones a la derecha extrema, Núñez Feijóo hizo su cuarta mayoría absoluta en 2020 y dejó a Vox el 2,05% de los votos, una cota solo superada en el País Vasco, donde los de Santiago Abascal obtuvieron el 1,96% ese mismo año. O sea, que el contexto español por el que suspiran los indepes aún sería más improbable.