La Feria Internacional de Turismo (Fitur) arranca en Madrid mañana con el doble objetivo de insuflar confianza en la industria y, a la vez, hacer hincapié en las bondades del turismo como creador de riqueza y empleo. El salón líder en España tendrá guiños con el gran público, al que recuerda que Son turismo y que abrazan el mundo.
Más allá de lo datos --la feria recupera los ocho pabellones frente a los tres que ocupó el pasado año--, el evento se acerca, como el resto de la economía y sociedad, a la normalidad prepandémica, vacunación mediante. El momento es de entusiasmo, pues se otea la ansiada recuperación, siempre que la enfermedad remita y lo permita.
Barcelona llegará a la cita con los deberes a medio hacer, como en muchos otros campos. La capital catalana, y más concretamente el pasado gobierno municipal (2015-2019), lidió una batalla contra el sobreturismo que partía de un malestar legítimo por la proliferación de los apartamentos turísticos. El plan estratégico aborda esas externalidades provocadas por el año récord del turismo, y propone acompasar la actividad con la vida vecinal y la económica centrada en otros aspectos.
Así las cosas, hay un gran consenso en lo que no se quiere, pero falta mucho trabajo en lo que se desea. A la llamada economía del visitante que dice promover el ayuntamiento le faltan mimbres para convencer. Un ejemplo: el ejecutivo local asegura que quiere ganar enteros en el turismo cultural, a la vez que una parte del mismo ha detenido la inversión del Hermitage en el Puerto de Barcelona. El caso se ha judicializado mientras Madrid y Málaga aguardan. La capital provincial, por cierto, acude a Fitur con una estrategia clara: ser destino de turismo de lujo.
Equivocada o no, la ciudad andaluza tiene estrategia. La de Barcelona se intuye pero no se palpa. Desde la crisis de los pisos turísticos de Barceloneta en 2014 hubo tiempo para redefinir qué tipo de visitante quiere la ciudad y qué volumen es el deseado, cómo desea que venga y qué le gustaría mostrarle. A menudo parece que solo se haya obrado con la primera parte: atajar la crisis. El destino navega con cierta inercia y pocos saben qué galas presentará en Fitur. Mientras otros rivales muestran una propuesta más clara.
El otro turismo debe volver porque la ciudad lo necesita y, es más, tiene capacidad para atraerlo. Los beneficios de la industria son tan incontables que no cabrían en este artículo de opinión. También lo son las externalidades, pero en este campo sí hubo debate y actuaciones municipales muy claras. Aunque los tribunales hayan anulado la mayoría por falta de rigor.
Fitur arranca mañana para operar durante unos días como difusor de confianza. La feria es escaparate y espacio de venta, pero también termómetro de lo que hacen las administraciones en este terreno concreto. Y en el caso de la segunda mayor ciudad española, el mercurio marca demasiado frío. ¿Ha felicitado la alcaldesa de Barcelona a Vueling por ser la aerolínea líder un año más en El Prat? ¿Ha reconocido la labor de eDreams, la agencia de viajes online (OTA) más grande del mundo, con sede en el World Trade Center? ¿Alguien del ayuntamiento ha felicitado al hotel Cotton House por su reciente reconocimiento como uno de los 30 mejores del mundo? ¿Cuándo apoyará decididamente Barcelona al mayor evento LGTBI de Europa en verano, el Circuit Festival?
Son productos turísticos, empresas de sector, iniciativas corporativas con sello 100% Barcelona. Que pueden gustar más o menos, pero que aportan a la ciudad. Y a menudo permea la sensación que este sector privado tira solo del carro porque una parte del estamento político tiene muy claro lo que no quiere --el turismo masivo--, pero no lo que quiere.
Pero el turismo debe volver a Barcelona. Otro turismo, el digital, el respetuoso con la vida comunitaria y el comprometido con los objetivos 2030, sí se desea, pero la ciudad lo necesita.
Feliz Fitur.