Sin que sirva de precedente, hay que decir que el movimiento de Pere Aragonès en la lucha contra el avance del coronavirus se merece un aplauso porque es oportuno, coherente y valiente. Además de insólito.
Es oportuno por necesario, porque lo recomiendan los técnicos y porque lo avalan las cifras. Conviene adelantarse y tomar ejemplo del entorno europeo, no esperar a que las estadísticas empeoren.
Es coherente con la política que desarrolla ERC en el Congreso, donde apoya al Gobierno central, lo que equivale a participar en la gobernanza del país. No tiene sentido jugar ese papel en las Cortes Generales y luego negar su implicación en la toma de decisiones financieras o sanitarias en el marco de los instrumentos del Estado autonómico. Comprometerse y hacer propuestas para toda España, como viene haciendo el Gobierno vasco, es justamente el papel que se espera de quien gobierne Cataluña.
El anuncio del conseller de Economía de trabajar conjuntamente con el resto de España para la mejora de la financiación autonómica, pese a la verborrea indepe, apunta en la misma línea.
Y es valiente porque asume sus responsabilidades a riesgo de irritar a ciertos sectores económicos perjudicados por la aplicación de las medidas que ha respaldado el TSJC. Una actitud que está lejos de aquellos que interpelan al Gobierno para que adopte decisiones, pero que luego las critican para congraciarse con los descontentos. Una práctica muy socorrida en las autonomías gobernadas por el PP, pero que también asoma en las que gestiona el mismísimo PSOE.
En fin, Aragonès es valiente porque rompe con el lastre de Waterloo, la confrontación permanente y la crispación como ejes centrales de la magia que orienta la política del prófugo. ¿Habrá que pensar que el presidente catalán ya se ha hecho mayor y puede caminar solo?
Quizá no haya que ir tan rápido. Parecía que había superado los temores a los zascas que recibe cualquiera que dé un paso al frente, como se ha visto con la obligatoriedad de llevar la mascarilla en la calle. Se han producido auténticas colas de gente deseosa de poner a caldo perejil a Pedro Sánchez, incluso desde Madrid y Barcelona, donde una buena parte de los ciudadanos ya iban protegidos en el exterior sin que nadie les obligara. Empezando nada menos que por el presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, Jaume Padrós, otro de los que hablan de todo con una pretendida autoridad que no le otorga su experiencia Covid ni con otras enfermedades infecciosas. Pese a ello se ha atrevido a promover la desobediencia al Gobierno.
Como la perfección no existe, a la brillante página que se ha marcado Aragonès con sus iniciativas le ha caído el manchurrón feo y provinciano de sus críticas a las mascarillas. Podía habérselo ahorrado: su trabajo consiste en construir, en gestionar y, en ningún caso, contribuir al desánimo; podría haberse olvidado de Padrós; podría incluso haberse acordado de cuando la Generalitat exigía --sin competencias-- el uso de las mascarillas en el exterior. Lástima.