El 11 de septiembre dejó de ser hace unos años la festividad de todos los catalanes. Es justo el tiempo en el que el independentismo se apropió de la fecha y la convirtió en la jornada reivindicativa de una sola parte de la sociedad. La Diada que viene tendrá carga de simbolismo, como casi todas, pero antagónico a otras ocasiones: será el entierro formal y no declarado del procés como elemento distintivo y divisorio de la política en Cataluña.

Los dirigentes nacionalistas harán sus numeritos alrededor de esa celebración, pero de entrada ya no será en contra del maldito Estado opresor. En esta ocasión, los mensajes que el independentismo más activo prepara son contra los miembros del Govern de la Generalitat, a los que le exigirán la rápida aplicación y culminación de la independencia. Ni siquiera los presos indultados son bienvenidos en los actos que prepara la ANC. Un cambio, sin duda.

Más allá del ruido nacionalista, lo cierto es que el curso arrancará con un ritmo algo más sosegado que en anteriores años pero con un temario duro. En septiembre debe reanudarse la mesa de diálogo entre gobiernos y la propia administración de la Generalitat debe ocuparse en darle salida a la pospandemia. El curso escolar y el retorno al trabajo después de 18 meses de medidas severas de control serán la principal preocupación de un Gobierno autonómico que no puede perder el tren de los fondos europeos y que tiene el reto de elaborar un presupuesto público para 2022 con todos los interrogantes económicos sobre la mesa. Es más, deberán confeccionar unas cuentas públicas que procuren la satisfacción de la CUP pero que no pongan en contra al resto de catalanes por la aplicación de medidas radicales a medida de los mozalbetes agitadores. Jaume Giró, consejero de Economía de la Generalitat, deberá intentar la cuadratura del círculo: devolver al sector público el papel de locomotora económica sin desincentivar al sector privado en Cataluña mientras otras autonomías avanzan veloces.

Para los dos sectores de la economía, este septiembre debiera ser el mes de progresivo regreso a la normalidad en empresas y administraciones. Los datos de la evolución de la pandemia, así como el avance de la vacunación entre la población hacen suponer que la parte sanitaria del asunto empieza a estar bajo control. La dimensión pública, la que afecta a los usos y costumbres ciudadanas, está obligada también a evolucionar hacia la etapa previa al Covid-19 y desterrar la coartada del temor al contagio de muchas actividades.

El mundo del trabajo habrá cambiado. Conviene aprovechar lo bueno que nos enseñó el confinamiento y desterrar la parte improductiva que también arrastró. La vuelta a los espacios de trabajo compartidos debe realizarse con precaución a la par que sin tregua. Las administraciones públicas deben reabrir sus instalaciones y ofrecer el servicio presencial que prestaban antes del contagio. Deben ejemplificar para que les sigan las grandes empresas privadas. Las representaciones sindicales deben actuar con suficiente flexibilidad para que el virus no constituya una pantalla hacia situaciones de confort personales o profesionales. La vida continúa y la actividad laboral no debe ser una excepción siempre que contenga todas las cautelas, protocolos y atenciones necesarias.

A diferencia del año pasado, nadie se plantea problemas especiales en el inicio del curso escolar el próximo 13 de septiembre. Con las actuaciones necesarias se puede reestablecer una operativa normalizada que impida más pérdida de calidad educativa en colegios, institutos y universidades. Si somos tan valientes para hacinarnos en las playas, realizar fiestas y otros actos sociales multitudinarios sin peligro, qué excusa más extraña sería que los centros educativos no rindan al completo.

El 11 y el 13 de septiembre son, por tanto, dos fechas importantes en el calendario de los catalanes. Son el punto de partida de un curso en el que volveremos a jugarnos cosas importantes en lo político, lo económico y lo social. Con independencia del hastío acumulado, lo que resultaría imperdonable desde una perspectiva histórica es que se desaprovechara una vez más la oportunidad de recuperar el pulso colectivo tan dañado en los últimos tiempos.

A la grandísima mayoría, bienvenidos de nuevo a la Cataluña que trabaja.