El mundo nos da una nueva muestra de que hay chirigotas más serias que algunos asuntos de la geopolítica, y de que el fútbol transcurre en un universo paralelo. Y, también, de que el fútbol y la política tienen más en común de lo que nos gustaría. Eso ha sido siempre así y no cambiará salvo que desaparezca lo uno o lo otro. Solo de este modo se explica que España se haya enfrentado a la “selección kosovar”, al “territorio de Kosovo o al “equipo de la Federación de Fútbol de Kosovo. La retransmisión del partido en TVE parecía el juego Tabú.

¿Cómo es posible que un Estado que no reconoce a otro se enfrente a él de tú a tú? La explicación está en el fútbol. Kosovo declaró la independencia unilateral en 2008, aunque Serbia la sigue considerando como parte de su territorio. Algunas decenas de países lo reconocen como Estado, pero España es uno de los que no. Para hacerlo, dice, serbios y kosovares deberían llegar a un pacto amistoso, algo que no tiene visos de ocurrir. El conflicto independentista catalán sobrevuela en este asunto. Por supuesto. Numerosos secesionistas aprovecharon este partido para hacer sus proclamas y cargar contra el “Estado español”. Pero el balompié se mueve en otros parámetros.

El fútbol, en esencia, no entiende de patrias ni de fronteras. Ni siquiera de clases sociales. Sin embargo, el fútbol que consumimos, el profesional, el de la élite, muestra hacia dónde camina la sociedad: capitalismo y nacionalismo. No acostumbran a ser buenos compañeros de viaje, tampoco en el balompié (aunque en la miseria siempre hay quien gana). Basta con observar lo que está ocurriendo en esta disciplina. Por un lado, se rumorea sobre la creación de una liga europea, porque los campeonatos nacionales se les quedan pequeños a los grandes, tan insaciables como vulnerables, como se está viendo con la pandemia. Por el otro, cada vez hay más selecciones (del nivel de Kosovo y Gibraltar), que solo hacen que aborrecer las citas internacionales. Es decir, los clubes (sobre todo los ricos) tienden a la globalización y las selecciones, a todo lo contrario.

Es cierto. La retransmisión del España-Kosovo rozaba el ridículo. Y cuando se hacen malabares sobre una cuestión, se le acaba dando más importancia. No es la narración de un partido el lugar en el que arreglar estos asuntos. Además, la mayoría de medios se refirió a la selección kosovar como Kosovo, sin subterfugios. Así la aceptan la UEFA y la FIFA (que todos sabemos que no destacan por su impoluto currículum), y así tragan todas las federaciones que forman parte de estos organismos, incluida la española. Claro que España se podría plantar, pero no tiene ni el valor ni los apoyos para hacerlo. Y el fútbol es una buena vía de escape para las frustraciones del día a día; no vamos a dejar al pueblo sin él por una estupidez… De nuevo, el balompié todo lo soporta.

Dicho de otro modo, la situación del deporte-negocio-política del fútbol se puede resumir y reducir a una palabra: egoísmo. Capitalismo y nacionalismo equivalen a egoísmo. Y, en efecto, la pandemia ha servido para quitar muchas caretas (y poner mascarillas en la playa). Si, un año después, estamos como estamos es porque bastante gente hace lo que le da la gana. Algunos ya lo hacían durante el confinamiento (sí, durante el confinamiento); y otros aprovechan que hay menos restricciones para reunirse, abrazarse y viajar sin precauciones. Que tenemos entre nosotros hasta una variante ugandesa, ¡UGANDESA! ¡Oh! ¡Si no quieren que nos movamos, que nos confinen! Total, ¡ya llega la vacuna! La vacuna es nuestro fracaso como especie. No sería necesaria si todos fuéramos más generosos.