Hay voluntad de superar la actual situación. El arrepentimiento se muestra, muchas veces, más en los hechos que en los discursos públicos. A nadie le gusta admitir su responsabilidad cuando las cosas van mal, porque la dinámica de los acontecimientos supera lo que se tenía pensado y diseñado y en ese instante nadie se atreve a parar y cerrar filas. A ERC le ocurrió eso en la fiebre del otoño de 2017. Ahora, sin embargo, tiene una enorme oportunidad que debe saber aprovechar. Para bien o para mal, los republicanos son y serán determinantes en la suerte que corra Cataluña en los próximos diez años. Lo serán junto a los socialistas que, por primera vez desde hace mucho tiempo, han logrado aupar a una nueva generación de políticos y militantes que, desde los ayuntamientos, pueden asegurar el relevo.
Son las dos fuerzas políticas que deberán construir el futuro socio-económico de un territorio con una enorme potencialidad para ofrecer bienestar a sus ciudadanos. Una comunidad con unos enormes lazos de todo tipo con el resto de autonomías y que sabe que la retórica sirve para expresar sentimientos, pero que la cabeza está para asumir la realidad. El PSC lo tiene más claro que nadie, pero ERC también está en esa línea, aunque su problema es que, en muchas ocasiones, no lo traslada con la claridad que sería necesario.
El partido de Macià y Companys, de Irla y de Tarradellas --al que reivindican poco, parece que hubiera militado siempre en el socialismo, cuando fue una pieza principal en la ERC de la República, además de en la Transición a la democracia-- vive ahora un momento trágico. Una parte importante del partido, la que gobierna, la que conoce los mecanismos de la Generalitat, no entiende cómo se iniciaron las negociaciones con la pieza de Laura Borràs en la presidencia del Parlament. La idea de que en el relato público siempre se impone la vieja escuela convergente, incluso la socialista, incomoda a ese sector de ERC, que querría amarrar todo lo que se ha trabajado en los últimos años, con las aportaciones teóricas de Joan Manuel Tresserras o de Enric Marín, además del propio Junqueras.
Si se defiende que se debe ampliar la base, de que hay valores republicanos --que no es exactamente la apuesta por la República y el rechazo a la monarquía española, es mucho más y atiende a un modelo de sociedad-- que se deben extender; si se considera que hay una generación de hombres y mujeres que viven en el área metropolitana que, pese al origen de sus padres desde otras partes de España, creen en Cataluña como su tierra de presente y de futuro, ¿por qué no se demuestra, por qué a las primeras de cambio se permite que Borràs imponga esa especie de ruptura de salón que tanta irritación provoca?
La respuesta debe encontrarse en las propias características de un partido que en los momentos decisivos desea clamar a los cuatro vientos que es más catalán que nadie, que es más independentista que nadie. ¿Quién representa esa corriente? Una mujer, que se fue de España, y que se llama Marta Rovira, que dirige esas negociaciones y que fue una de las grandes responsables de los errores de octubre de 2017. Una mujer de Vic, que vive anclada a un mundo comarcal y pequeño de la catalanidad. Sigue en Suiza, y desde allí dirige los hilos de las negociaciones, en complicidad con dirigentes que son fuertes en esas comarcas y pequeños municipios de Cataluña, y que no son capaces de entender cómo se vive el mundo desde poblaciones como Sant Adrià del Besòs, o desde Cornellà, o desde un distrito de Barcelona tan plural y con tantos problemas como Sant Martí.
Ese es el drama que ERC debe superar si quiere ser fiel a los propios proyectos que defiende de forma pública. Sea más o menos agradable al oído, lo cierto es que no se puede gobernar ni pensar desde un pequeño ayuntamiento del interior de Cataluña. Parecía que la nueva dirección de ERC había asumido esa cuestión. No se pueden defender dos cosas con la misma intensidad y sin inmutarse como formula Oriol Junqueras. También Pere Aragonès cae en ese juego en ocasiones. Si la apuesta es ampliar la base, ¿por qué se quiere consolidar un gobierno con oportunistas, pre-políticos, y postconvergentes varios que juegan a la ruptura adolescente? ¿El futuro de Cataluña puede pasar por un hombre como Josep Costa o por díscupulos de Torra?
ERC tendrá una oportunidad desde el primer minuto en el que Pere Aragonès sea investido presidente. Aunque logre esa investidura gracias a Junts per Catalunya. Aragonès deberá demostrar por qué ha conseguido un cierto crédito entre el tejido económico catalán en los últimos años. Y por eso se podría plantear la disyuntiva entre ejercer un papel similar al de Quim Torra, o el del primer José María Aznar: alguien con poca proyección pública que se erige como un presidente con personalidad y de carácter reformista. Está en su mano.
Si ese fuera el propósito de ERC, el de asegurar la investidura de Aragonès para iniciar un camino nuevo, se podría entender su actual retórica. Claro que necesita también una cierta complicidad del Gobierno español, pero a estas alturas del partido es necesario pedir que quien tome los primeros pasos, quien arriesgue y siga adelante sea quien más se equivocó y cometió ilegalidades en su momento: Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Debe demostrar que puede hacerlo. Si lo hace, Aragonès es consciente de que la sociedad catalana lo premiará. ¿Se asumirá, por tanto, que los que ya no están, los represaliados, ya no deberían pintar nada o, por lo menos, que no deberían enredar?