Con motivo del 90 aniversario de Jordi Pujol, el nacionalismo catalán ha reactivado una tímida campaña para rehabilitar su figura. Consciente de que no tiene fácil restituir la imagen de un personaje que es el paradigma de la corrupción en Cataluña, lo ha intentado de forma tangencial. Con intervenciones de destacados opinadores en TV3, Catalunya Ràdio y otros medios concertados que argumentan que, pese a sus trapillos sucios, fue un político muy positivo para sus intereses. Incluso han activado una página web para felicitarle por su cumpleaños.
Lo cierto es que no les falta razón. Pujol deja una herencia muy satisfactoria para el nacionalismo catalán. Prácticamente se han cumplido todos los puntos previstos en el conocido Programa 2000, una iniciativa cuya mejor definición es el titular de la pieza de El País --redactada por el hoy director de El Nacional, José Antich-- el 28 de octubre de 1990: El Gobierno catalán debate un documento que propugna la infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales. Impecable.
El texto ponía negro sobre blanco el objetivo de Pujol de dar una vuelta de tuerca más al proyecto iniciado una década antes con su llegada a la presidencia de la Generalitat, y que había denunciado premonitoriamente el expresident Tarradellas en 1981, sin que nadie le hiciera caso.
El Programa 2000 parecía inspirado en uno de aquellos planes soviéticos de manipulación social. Se trataba de inocular el sentimiento nacionalista en las instituciones, la escuela, las actividades extraescolares, la universidad, los medios de comunicación, los sindicatos, las patronales, los gremios, las principales empresas, los funcionarios, las editoriales, las entidades culturales, las federaciones deportivas, los espacios de ocio, las asociaciones juveniles, las fiestas populares… Y fijaba como estrategia la victimización para lograr más adeptos.
Es curioso constatar cómo el documento insiste en la necesidad de “catalanizar” todos los ámbitos de Cataluña con total naturalidad, mientras me viene a la memoria la que se montó contra el exministro Wert cuando --parafraseando a la consejera Rigau-- admitió que su “interés” era “españolizar a los alumnos catalanes y que se sientan tan orgullosos de ser españoles como de ser catalanes”.
El legado de Pujol es la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán --en este caso, con el inexplicable apoyo del PSC, algunos de cuyos dirigentes ahora parecen haberse caído del caballo--, sin duda, la mayor aberración cultural perpetrada en una democracia occidental en el último medio siglo.
El legado de Pujol es una escuela adoctrinadora en el nacionalismo catalán como no se conoce otra en nuestro entorno. Un sistema educativo en el que España es prácticamente una realidad ajena, cuando no un enemigo opresor.
El legado de Pujol son unos medios de comunicación públicos en los que el nacionalismo es ley, y un sistema de medios privados dopados, en el que los que tienen una línea editorial nacionalista reciben escandalosas subvenciones que les permite competir con una ventaja inalcanzable.
El legado de Pujol es una oposición amedrentada por miedo a ser tildada de facha. Es una burguesía domesticada por temor a ser boicoteada. Son unos periodistas acobardados por pavor a ser despedidos. Son unos padres con pánico a reclamar una educación ecuánime y plural para sus hijos por terror a ser señalados.
Durante los 23 años que Pujol estuvo en el poder los casos de corrupción que le salpicaron son inabarcables: Banca Catalana, Casinos, Planasdemunt, Roma, Cullell, Pasqual Estevill, Piqué Vidal, De la Rosa, Pallerols, Farreres, Ferrocarrils de la Generalitat... Y dejó como legado otros casos posteriores vinculados a Convergència, como Pretoria --que llevó a la cárcel a Macià Alavedra y Lluís Prenafeta, íntimos colaboradores de Pujol--, Crespo, Ramon Bagó --otro íntimo del expresident--, San Pablo, Josep Prat, Solà… hasta llegar a sus hijos Oriol --ITV-- y Jordi, y al caso Palau de la Música, que ha obligado a echar el cerrojo al partido.
Pero el legado de Pujol también es el procés, una “conjura de irresponsables” --en palabras de Jordi Amat-- que ha dejado envenenada la sociedad catalana probablemente para las próximas décadas, además de elevar al primer nivel de la política a tipos tan mediocres como Artur Mas --el dirigente político que más recortes ha aplicado en España-- Torra, Puigdemont, Rufián, Junqueras, Ribó y tantos otros.
Feliz cumpleaños, president.