Presidente por accidente, Quim Torra decidió un buen día asumir el ingrato papel de sustituir a Carles Puigdemont. Entre sus credenciales, varios textos que exudaban nacionalismo étnico, insultante con todo aquel que carece de pedigrí catalán. Lo más ofensivo es que Torra era presentado por sus allegados como una persona culta, espiritual. Su reino, por lo visto, no es de d'eixe món, que cantaba su admirado Raimon.
En efecto, nos ha tocado un presidente al que no le preocupan las cosas terrenales. Ni la pobreza, ni las listas de espera, ni el retroceso educativo. No vaya a ser que nos distraiga de lo importante, como dijo Eduard Pujol, otro advenedizo de la política.
Pero es que, en las últimas horas, Torra ha demostrado que tampoco le interesa la violencia que desde el lunes ha tomado las calles de distintas ciudades catalanas y que anoche creció en intensidad. Los vándalos destrozaron contenedores, construyeron barricadas y quemaron coches. Y el presidente catalán, como si nada.
Nada menos que 24 horas tardó en pronunciar una declaración institucional de dos minutos, empujado por las circunstancias, esto es, por el mensaje previo de Pedro Sánchez llamando a la calma. El dirigente postconvergente hizo lo mismo, pasada la medianoche, a modo de videoclip patético.
“Torra es una persona pacifista interiormente”, aseguró el consejero de Interior, Miquel Buch. Si la situación no fuera tan grave, el comentario se merecería una carcajada. Pero en realidad es una reflexión tan indignante como impropia de un Gobierno que, ya es oficial, tiene al frente a un ectoplasma que ni siente ni padece. Levita sobre los problemas que se acumulan y como se siente amortizado, ¿para qué esforzarse? O convoca elecciones o será inhabilitado por dedicarse a colocar lazos y estelades.
Qué pereza debió darle eso de montar un gabinete de crisis para abordar la violencia radical, con el buen día que hacía para sumarse a las marchas de la Assemblea Nacional de Catalunya en Girona. Eso es lo que hizo precisamente, largarse a estirar las piernas un rato junto al exlehendakari, Juan José Ibarretxe, en lugar de condenar la violencia y explicar a la ciudadanía sus planes para prevenirla. Lo que haría el presidente de cualquier país democráta y civilizado. Los Mossos d’Esquadra, trabajando doce horas seguidas para garantizar la seguridad frente a los vándalos, y Torra se va a pasear con los CDR. Insuperable.
Eso sí, nuestro president sigue hablando de autodeterminación, porque lo pide la CUP, y de la libertad de los pueblos, porque lo habrá leído en algún manual descolonizador. Mientras, en el mundo real, la ciudadanía es coaccionada por los violentos, que queman coches, atemorizan a los transeúntes y obliga a un padre a salir con su bebé en brazos aterrorizado porque las llamas amenazaban su vivienda. Las calles, en efecto, son suyas. Pero no se equivoque, señor Torra. Pertenecen a los anarquistas, que anoche camparon a sus anchas.
De traca que los propios condenados por el 1-O, desde la cárcel, fueran los primeros en desmarcarse de la violencia de forma contundente.