Dejó escrito el genio Albert Einstein que en la crisis nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. A nadie se le escapa que en la última década Cataluña ha transitado por una crisis política de siderales dimensiones. Una crisis entre catalanes, una crisis con nuestros vecinos y hermanos del resto de España y una crisis de valores, en los que la lealtad institucional y el fairplay saltó por los aires.
La mayor de todas las crisis fue la ruptura de los consensos. El nacionalismo de raíz católica, como sucedió en el País Vasco, tiene muchos pecados que expiar en ese sentido. La inspiración de una determinada idea de Cataluña, romántica, diferenciada y supremacista en lo cultural ha sido incubada en púlpitos y sacristías. Las montañas de Montserrat y otros monasterios y capillas de la región han propiciado la expansión de esas ideas cuando ni los mass media ni las redes sociales existían ni tan siquiera se profetizaba sobre su llegada.
Jordi Pujol, sus maestros de sotana y sus inspiraciones teológicas han sido los últimos en impulsar un nacionalcatolicismo que en sus inicios era de amplio espectro, pero que con el paso de los años ha acotado su foco. De esa pulsión por el agua bendita han nacido todo tipo de iniciativas políticas que acabaron propiciando una fractura social en la que no sólo nos diferenciábamos los independentistas de los constitucionalistas, los charnegos con la pura sangre de apellidos catalanes, sino también los laicos de los que sostenían un tradicionalismo de origen religioso. Hay pruebas sobradas en la historia reciente de España de todo ello y de cómo influyen en la evolución del país.
En los principios del procés, y como lógica reacción al acelerón nacionalista, al crecimiento de sus palmeros e instrumentos de difusión, nacieron respuestas que intentaban equilibrar su pujanza en términos de opinión pública. Entre el abanico de iniciativas figura Dolça Catalunya, un blog de perfil artesanal que pronto cobró notoriedad por el enfoque humorístico de su crítica al secesionismo creciente. Con ácidas críticas y creativas respuestas a los excesos del independentismo, la publicación se convirtió en el frontón de la barbarie del nacionalismo de barretina. Siempre, eso sí, desde el anonimato, el tufo ultramontano y el frontismo más despiadado.
Lo que estuvo bien como reacción ha evolucionado regular con el tiempo. A todos nos sorprendió en alguna ocasión la originalidad de sus contenidos hasta que el dogma y la doctrina se han apoderado del blog y la irrupción de Vox les alejó de su fundacional propósito de confrontar el nacionalismo catalán. En los últimos tiempos aspiran a dirigir, manipular y encauzar las diferentes sensibilidades y tendencias del llamado bloque constitucionalista. Reparten credenciales y etiquetas desde el enigma de su propia existencia. Vaya por delante que esa opción no sólo es legítima y natural, pero que para ejercerla y hacer política deberían bajar del púlpito y dar la cara como el resto del constitucionalismo político, social y mediático. Sin necesidad, además, de combatir el nacionalismo catalán desde el más rancio y trasnochado nacionalismo español. Si existe consenso intelectual sobre los perversos efectos de cualquier nacionalismo no parece razonable que un blog supuestamente antinacionalista dispare desde uno de ellos haciendo gala de un patriótico secretismo y oscurantismo españolista con raíces y actitudes masónicas. Salvo, claro, que entiendan su función como una misión evangelizadora que no conoce la pluralidad de opiniones.
A diferencia de Dolça Catalunya, y por más que estemos en las antípodas editorialmente, las referencias digitales del independentismo dan la cara y se les conoce con nombre y apellidos. Entre otras razones es obligado para ser amamantados desde los diferentes instrumentos de los presupuestos públicos.
Por más que hayan sido útiles y hasta divertidos, el secretismo de quienes imparten lecciones de política, ética, moral y pensamiento no podía permanecer impune más tiempo después de su giro al extremismo rancio. Muchos de los que han leído nuestra extensa publicación de ayer lo hacían sumidos en un doble sentimiento. Eran seguidores del blog, pero desconocían que detrás de sus escritos el aroma a cirio y incienso poseía dimensiones estratosféricas. Desconocían que los inspiradores de quienes dirigen el invento llegaron incluso a propugnar tiempo atrás un voto en contra de la Constitución. O que casi todos ellos poseen negocios editoriales y de comunicación vinculados con publicaciones católicas, universidades y que proliferan los forofos de uno de los clubs de fútbol de la ciudad. Que la Fundación Burke, omnipresente entre sus articulistas escondidos, fue acusada de extrañas conexiones con una organización de extrema derecha internacional o que los negocios que dicen no tener (edición, publicidad, ventas de artículos...) existen agazapados en la trastienda personal de sus protagonistas.
Ese tradicionalismo carlista, de ocho apellidos catalanes, está en su derecho de defender sus postulados. Incluso puede hacer negocios en la trastienda. Y nada tienen que ver instituciones como el RCD Espanyol o Sociedad Civil Catalana porque ellos y su activismo frenético pasaran por allí. Lo que se antoja inadmisible es que muevan el botafumeiro desde una clandestinidad injustificable en un sistema democrático que deberían respetar. Hoy los únicos que en Cataluña se tapan la cara son los terroristas de Arran (sí, intimidan, usan la violencia para causar terror) y los reservados autores de Dolça Catalunya. Ellos y los miles de cuentas fake de redes sociales que utilizan como ruidoso coro para redimir sus pecados cuando salen a la luz.
A unos los desentrañamos y a los otros, también. Ni traición, ni lucha entre el constitucionalismo, como vociferaban sus trolls en las redes sociales al conocer nuestra investigación. Ahora que todos sabemos quiénes somos, ahora que toda España es consciente de qué amaga una publicación supuestamente graciosa, resultará más fácil debatir de lo que haga falta, porque la información nos permite evitar las injusticias. Puro periodismo independiente y fiscalizador, al que nosotros nos sometemos como profesionales y como empresa editora, y que seguiremos practicando con la máxima intensidad por más que intenten amedrentarnos torticeramente y con argumentos como la proximidad a los socialistas catalanes o a la iglesia adventista del séptimo día. Aunque, quizás, visto su integrismo católico, es posible que les preocupara más lo segundo que lo primero...