¡Qué difícil resulta para un elector catalán situarse ante el voto! Avanzada la campaña electoral las dudas no remiten, sino que se amplían. Aún debe ser peor en el entorno independentista, piensan con razón algunos ciudadanos, como consuelo de la dificultad que tiene el próximo domingo atinar con la papeleta adecuada.

“Es una auténtica orfandad lo que vivimos”, teoriza un empresario que ha oscilado su voto, según los tiempos y los momentos, entre el PP, PSOE y la antigua CiU.

Tras los tristes acontecimientos de finales de 2017, con declaración unilateral de independencia y aplicación del artículo 155 incluidos, nada ha vuelto a ser igual en Cataluña. La radicalización es una consecuencia de aquellos excesos nacionalistas y, más allá de que los juzgados dicten sentencia sobre quienes los lideraron, al común de los mortales le toca este próximo domingo enfrentarse a una decisión trascendental sobre el futuro político español.

Es lo que alguien podría denominar como “la soledad del constitucionalista (pongan unionista si les gusta más) de fondo”. Una auténtica empanada política en la que la elección de las siglas a las que votar se hace más oposición que por convicción. El vía crucis del constitucionalista ante las papeletas es de órdago, según escoja. Y nada tiene que ver con la Semana Santa. Veamos el uno por uno:

Cataluña en Común – Podemos. Fueron los ganadores de las últimas generales en tierras catalanas. Aprovecharon hasta donde les fue posible su ambigüedad con el nacionalismo con el buenismo de la izquierda que deglute democracia a todas horas, incluso para fragmentarse en mil pedazos. Los actos electorales de Íñigo Errejón y Xavier Domènech han pasado a mejor vida y el cabeza de cartel actual, Jaume Asens, es un convencido nacionalista (él lo llama soberanista, que queda más pijo) más próximo a Carles Puigdemont que, por supuesto, a Carlos Marx. Pero, más allá de la hipérbole, Asens es un colaborador del independentismo que no amaga su proximidad, lo que hace dudable una hipotética conexión con el voto obrero de Cornellà, Santa Coloma de Gramenet o Montcada i Reixac, por ejemplo. Está duro votarles hasta para los militantes históricos del PCE o del PSUC, sobre todo con la imagen de Ada Colau en todos sus carteles, en un intento de iniciar su campaña al Ayuntamiento de Barcelona con anticipación de listilla.

Partido Popular de Cataluña. El nuevo líder, Alejandro Fernández, no pinta mal. Ideas claras, oratoria fluida y un pasado luchador en defensa de la Constitución que le avalan. Pero es muy probable que el bueno de Fernández no haya escogido quién debía encabezar la lista por Barcelona y, a lo sumo, haya podido decidir el nombre del número dos. Dicho sea de paso, tanto la primera, Cayetana Álvarez de Toledo, como su escudero Joan López Alegre conforman uno de los mejores tándems del PP en territorio catalán desde hace años. Entre otras cosas, porque saben que irán al Parlamento a hablar, será muy difícil que gobiernen nada. Y, claro, son dos maestros de la dialéctica con una altísima capacidad de provocación y de centrar los debates no donde quiere el adversario, sino adonde ellos pretenden llegar. ¡Qué lástima que el PP también sean, o hayan sido, José María Aznar, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy, Luis Bárcenas o, incluso, Carmen Martínez de Castro! Si a esa cantidad de líderes se le suma el frenesí de Pablo Casado por hacer olvidar a Soraya Sáenz de Santamaría y a su spin-off radical de Vox, el cóctel resultante es para desesperarse. Los catalanes que en otras ocasiones votaban PP hoy se preguntan, ¿cuánto tiene de responsable en la situación actual que Rajoy y los suyos se pusieran de perfil durante los años en los que Artur Mas y los suyos buscaban el arca perdida? No es, en consecuencia, un voto fácil, al contrario.

Ciudadanos. Tiempo ha de aquel histórico: “Toma tres, tevetrés”. El partido se ha hecho adulto bajo la férrea y no siempre transparente conducción de sus dirigentes catalanes. Albert Rivera, José Manuel Villegas, Juan Carlos Girauta, Fernando de Páramo… todos ellos proceden de la Masía política catalana, el banquillo en el que se fajaron contra un nacionalismo siempre insatisfecho con sus cuotas de poder político. Fueron, durante un tiempo, un faro, una luz por la que se guiaba el constitucionalismo en Cataluña. Lo tenían todo en la autonomía, eran regeneradores, querían transformar, su ideología era un híbrido inclusivo entre un liberalismo razonable y una socialdemocracia suave. Pero las formas —¡ay, las formas!— les perdieron cuando cruzaron el Ebro y fueron seducidos por la derecha española que buscaba candidatos a ocupar el centro político que ni PP ni PSOE sabían localizar por más prospecciones que intentaban. Rivera se hizo presidenciable y arrastró a toda su organización hacia la villa y corte, expandiéndose por el resto de España gracias a aquellos que salían, bien, regular o mal, del resto de formaciones existentes.

Si algo tiene Ciudadanos en su haber es la capacidad de fabricar líderes en un tiempo récord. Inés Arrimadas es también producto de esa factoría en la que los castings de imagen y la proyección mediática ponderan más que las lecturas, la formación o el bagaje. Han sido el agarradero de los constitucionalistas más cabreados el pasado diciembre de 2017 y ganaron las elecciones autonómicas. Pero muchos de los 1,1 millones de electores que les apoyaron en aquel histórico momento no revalidarán ese voto al considerar que fue malgastado en la aventura española, que primaba más en sus intereses tácticos que la catalana. No hubo investidura, no ha existido moción de censura y todo se ha reducido a una búsqueda del relato mediático, que con los lazos o con los paseos por los pueblos más xenófobos y supremacistas del territorio han tenido bastante ocupada a la cúpula.

La media España razonable suspira aún por un pacto postelectoral de gobernación PSOE-C's. Y ellos con que no, dalequetepego oponiéndose a ser centro en vez de derecha. Pedro Sánchez anda encantado con todo el voto que les prestó su partido y que puede regresar a su casa. Con Ciudadanos se da la paradoja de que cuanto más han querido marcar su perfil en España, más difusos se les ve en Cataluña. Y hasta el constitucionalista harto llega a detectar que el voto instrumental que se le pide en las cuatro demarcaciones tiene más uso al final para defender los postulados del empresario Marcos de Quinto que las reivindicaciones de los mecánicos del polígono Urbasa en Santa Perpètua de la Mogoda. Una incógnita bajista, en cualquier caso.

Partido de los Socialistas de Cataluña. Lo tienen todo a favor. Las olas de las tendencias les transportan en una cómoda tabla de surf hacia la victoria. El casoplón de Pablo Iglesias o las pretensiones radicales de Vox los encardinan en un centro político que nada tiene que ver con la gestualidad guerracivilista sobre Franco o los decretos populistas de los viernes. Eso sí, con el diálogo como bandera, como hiciera antaño José Luis Rodríguez Zapatero y su talante, se han convertido hasta en los presidenciables para la ERC de Oriol Junqueras. Ejercen el constitucionalismo en Cataluña con un Miquel Iceta que se olvida de las prácticas lingüísticas del nacionalismo, que es capaz de convivir con un universo de medios públicos y privados amamantados desde las instituciones para que la doctrina no decaiga y que hace sospechar a muchos de que habrá más de la misma medicina si triunfa su visión de que no hay más remedio que dialogar con los que nos han llevado hasta aquí para encontrar una solución.

Lo del diálogo no está mal, y muchos catalanes lo comprarán el próximo domingo. Incluso algunos antiguos votantes de CiU, esos que son nacionalistas moderados bajo el pretexto ya manido del catalanismo político. Pero lo que dijo su candidata Meritxell Batet en este medio de que no se puede imponer el marco constitucional a quienes abominan de él genera mucho temor entre el respetable, acostumbrado a someterse a todos los marcos normativos, regulatorios y legales que existen, algo que los radicales actuales del nacionalismo han demostrado ya que no piensan hacer en el futuro. No es fácil, tampoco, en ese contexto, que el constitucionalista medio dé un voto a la lista socialista sin taponarse las fosas nasales, con la única esperanza real de que su voto no sea empleado contra sus principios.

Vox. Son los bomberos toreros (por pirómanos y chulitos) de estas elecciones. En todas las encuestas, en Cataluña no obtienen más de un escaño, además por la demarcación de Barcelona y de forma principal en los votos cosechados en el cinturón metropolitano. La autonomía interesa más para hacer un discurso fuera de ella que por lo que conseguirán dentro, con una dirección bajo sospecha y una escasa penetración popular. Allí recalan los que están más hartos de los Comunes, de Ciudadanos y hasta algunos despistados del PSC y del PP, pero que han encontrado en las cuatro ideas políticas que defienden un agarradero contra el sistema político general. Nadie se siente de ultraderecha ni quiere reconocer que posee ideas en ese marco. Pero Santiago Abascal y los suyos son categóricos con Cataluña y eso gusta a muchos hiperventilados cabreados con la escalada secesionista y a algunos ácratas. El desacomplejamiento para defender posiciones extremistas es tan similar y complementario con algunas fuerzas independentistas que parecen todos nacidos para retroalimentarse. Son los más peligrosos, porque el voto constitucionalista que allí recale será inútil a efectos prácticos, más allá del fenómeno que encierra y que haríamos bien todos en mostrar sin ninguneos. Si en Cataluña logran más de un escaño parlamentario habrá que examinarlo con mucho detenimiento, porque esa incubadora alumbrará un monstruo político de desconocidas dimensiones futuras.

Ya lo ven, la orfandad y solitud del constitucionalista en Cataluña es manifiesta. Toda la sociología electoral se presenta en términos de mal menor y el único alivio que se atisba radica en pensar que quienes están en las posiciones contrarias no lo tienen mejor a la hora de elegir entre sus líderes presos o fugados.