Tanta especulación sobre el Gobierno, su continuidad y su posibilidad de gobernar había llegado a cansar a los españoles. Por eso, cuando Pedro Sánchez (alias el corcho, porque siempre flota), anunció el viernes que convocaría elecciones para el 28 de abril lo cierto es que a muchos se les abrió de nuevo el apetito político tras meses de desgana.
Que el jefe del Ejecutivo haya puesto fecha tiene muchas virtualidades. A saber:
1. Finiquitamos la petición de unas elecciones por parte de las fuerzas políticas conservadoras que fueron desalojadas del poder en la moción de censura y consideran ilegítima la presidencia de Sánchez. Se acabaron las manifestaciones y la tonadilla.
2. No habrá un gobierno efectivo hasta junio (en el mejor de los casos y siempre que no deban repetirse los comicios como sucedió de forma reciente), pero siempre será una mejor coyuntura que pasarse otro año completo sin presupuestos y con una administración pública atrofiada por la volatilidad política que la rodea.
3. Justo antes de las municipales, comprobaremos si Podemos prosigue por la senda de descenso que alguna demoscopia vaticina y, a la par, si Vox, ante la necesidad de concentrar y dar utilidad al voto que se prevé, obtiene un resultado tan abultado como se le auguraba para las elecciones europeas. Que nadie desdeñe que en estos comicios al Parlamento de la Unión Europea los españoles nos hemos dedicado históricamente a votar en contra más que a favor.
4. La precampaña y la campaña electoral levantarán un manto de silencio político sobre el juicio del procés. En clave catalana y constitucionalista eso resulta de importancia capital, porque los independentistas tenían el proceso y la sentencia ulterior como elementos nucleares de su hoja de ruta, con la que pretendían darnos la tabarra y convertirse en los protagonistas, una vez más, del debate político.
5. Si las elecciones generales hubieran sido más tarde que la sentencia del juicio del Supremo podría haberse dado una convocatoria previa de elecciones autonómicas una vez conocido el resultado de la sentencia. De nuevo todo el eje del debate regresaba a Barcelona para contaminar la política española sobremanera. De momento, el independentismo se verá obligado a explicar por qué razón dilapidó 2.400 millones de euros adicionales para la comunidad catalana y fundió con su negativa presupuestaria al único político español en disposición de darles una salida al laberinto por el que circulan.
Más allá de esos cinco considerandos, llamémosles aclaratorias sobre la situación, después de la moción de censura parecía necesaria una llamada a la ciudadanía para que se expresara sobre los nuevos asuntos políticos que estaban sobre la mesa del país y sobre la correlación de fuerzas que había tomado el mando de la gobernación. Quizá no llegue en el mejor momento la cita con las urnas, pero la oportunidad de que todos los partidos dejen de practicar la pintura de brocha gorda de la última década y se dediquen a descender a los planteamientos de verdadero interés social la pintan calva.
Los datos demoscópicos conocidos hasta la fecha demuestran que las posibilidades mayores de formar nuevo gobierno después del 28 de abril pasan por el diálogo entre partidos. No habrá mayorías absolutas dicen las encuestas, lo que obligará a que todos hablen con casi todos. En la retina de muchos españoles está presente aquel fallido pacto del abrazo entre PSOE y Ciudadanos, que Pablo Iglesias dinamitó forzando una nueva convocatoria electoral. No sólo parece que numéricamente es el preferido de los votantes, según apunta la investigación sociológica, sino que puede convertirse en una solución de pseudocentro político con virtudes suficientes para apaciguar los principales focos de tensión que España vive en estos momentos. Un acuerdo entre Pedro Sánchez y Albert Rivera tendría la virtualidad, además, de ganar tiempo para que tanto la derecha como la izquierda populista regresaran al espacio electoral propio y mínimo, que ahora vive aumentado y excita un guerracivilismo insufrible, bloqueante y paralizador.
Las elecciones del 28 de abril pueden ser, por tanto, y como antesala de las europeas y municipales, una oportunidad para encauzar el futuro próximo del país lejos del espacio de tensión, agitación e inacción económica que tanto preocupa a familias y empresas. Y ya de paso, una oportunidad para reconstruir la Cataluña que ardió en la etapa fracasada del procés.