De aquí en adelante, nadie en este país podrá defender los derechos del partido más votado en unas elecciones como el llamado a dirigir el ayuntamiento, la autonomía o el Gobierno central, si se trata del Congreso de los Diputados. Sobre todo el PP, que sistemáticamente ha recurrido al axioma porque las alianzas siempre le excluían.
El PSOE, pese a ser la primera fuerza en el Parlamento andaluz, ha perdido el poder en la región. Y las tres fuerzas cuyo primer objetivo era el desalojo de Susana Díaz del palacio de San Telmo --PP, Ciudadanos y Vox-- podrán formar gobierno.
Quizá se han precipitado constituyendo la Mesa del Parlamento sin cerrar el acuerdo que exige Vox, porque ahora tendrán que hacerlo si quieren elegir un gabinete. Y Santiago Abascal lo dijo desde el primer día: quieren salir en la foto; no van a estar ocultos porque necesitan la visibilidad que les dan sus 12 escaños.
Los números son tozudos, PP y Cs solo podrán gobernar con el apoyo de la derecha extrema que representan esos antiguos simpatizantes y militantes del propio PP.
En cierta forma, el ansia de poder de que acusan a los socialistas se ha hecho tan patente en ellos que les ha llevado a un callejón sin salida. Quieren gobernar con Vox, pero que nadie se entere, algo imposible porque la publicidad del pacto es vital para Vox.
Manuel Valls ha sugerido a los socialistas que hagan un ejercicio de patriotismo permitiendo desde la oposición que el PP y Cs desmonten su trabajo de casi 40 años. Algunos analistas han hecho la misma reflexión. Todo con el propósito de que la ultraderecha no llegue a las instituciones. ¿Y por qué no pedírselo al PP para que PSOE y Cs puedan gobernar en minoría?
En este país hay muchos aficionados al sinpa. Pero la vida no va por ahí: todo tiene su precio. Gobernar, también. Y, si el objetivo es gobernar, todo lo que cueste habrá merecido la pena.
La cuenta de la fiesta llegará luego, en la misma Andalucía a través de las municipales --qué mal le ha salido a Susana Díaz la jugada de desvincularse de la suerte de Pedro Sánchez convocando antes de hora-- y en el resto de España en las autonómicas.
También hay otra salida: volver a echar las cartas y olvidarse, de momento, del poder.