Ciudadanos obtuvo 36 diputados en las autonómicas catalanas del año pasado. Ganó las elecciones. Pero eso no equivale a gobernar: hay que disponer de mayoría suficiente, de forma directa o a través de pactos. El ejemplo más claro lo tenemos en el Congreso de los Diputados, donde el PP casi dobla al PSOE, pero está en la oposición. El caso andaluz también es ejemplar en ese sentido: los socialistas tienen más escaños que cualquier otro grupo, pero no volverán al palacio de San Telmo.
A pesar de eso, Inés Arrimadas debió presentarse a la investidura tras el 21D, aun sabiendo que no sumaría. Lo había hecho Pedro Sánchez tras las elecciones de 2016, un gesto que sin duda tuvo mucho que ver con su remontada dentro del partido socialista después de ser desalojado de la secretaría general, y también con su llegada a la Moncloa en junio pasado.
Arrimadas perdió la oportunidad de demostrar su capacidad de ofrecer una alternativa a todos los catalanes, también a los que no le habían votado. Tuvo una ocasión de oro para elaborar un auténtico plan de gobierno poniendo en primer lugar el bienestar de los ciudadanos, frente a la fiebre identitaria que paraliza la Generalitat.
Ninguno de los argumentos que dieron entonces los dirigentes de Ciudadanos fueron convincentes. Siendo el primer partido del Parlament con el 26% de los escaños, prefirió no actuar, quedando en un segundo plano, una posición que aún mantiene. Muy a menudo no aparece como la jefa de la oposición que es.
Pero, como dicen los sabios, no hay que llorar por la leche derramada. Hay que mirar al futuro, y el futuro ya está aquí. Una buena parte de los catalanes han tenido suficiente con siete meses para conocer a Quim Torra, incluso los dirigentes de ERC han llegado al convencimiento de que está incapacitado para ocupar el cargo que ocupa.
No solo hace el ridículo desafiando en público a su propio consejero de Interior, que luego le gana el pulso sin despeinarse. También se pone en evidencia cuando sale de noche a saludar a los CDR acampados en la plaza de Sant Jaume, los anima a apretar o monta un show en Montserrat para solidarizarse con los huelguistas de hambre. No digamos ya el disparate de Eslovenia. Es un auténtico desastre, incluso para los intereses de los independentistas. A ese triste papel hay que añadir el creciente malestar de la sociedad catalana que asoma en forma de conflicto diario y al que las instituciones no dan respuesta.
¿A qué espera Ciudadanos para presentar una moción de censura? Poco importa que no obtenga respaldo suficiente para reemplazar a Torra. Lo importante es dejar constancia de que una parte de la Cámara se interesa por sus conciudadanos y que, dejando de lado las performances y los numeritos de cara a las televisiones, quiere poner fin a tanto sinsentido.
Arrimadas debe volver a centrarse en las cuestiones catalanas en lugar de las andaluzas y las madrileñas. Y su partido debe demostrar a quienes les apoyaron el 21D --a los que volverán a pedir su voto en las municipales que están a la vuelta de la esquina-- que su presencia en las instituciones sirve para algo más que los rifirrafes.
Es posible que el Consejo de Ministros que se va a celebrar de hoy en una semana en Barcelona suponga un antes y un después para Pedro Sánchez, pero también podría tener consecuencias para Torra y para quienes le rodean. Otra jornada de deslealtad al frente de las instituciones catalanas se merecería una respuesta contundente en el mismo Parlament, una respuesta a la que el resto de los grupos políticos no podrían dejar de sumarse si está bien planteada.