Decía Lluís Bassets este domingo en las páginas de El País que los dirigentes independentistas en prisión preventiva por su participación en el intento de secesión unilateral del otoño pasado “son víctimas” --de la dureza del juez Llarena, de los compañeros que huyeron y del entorno que tomó decisiones similares impunemente-- y mostraba “toda la simpatía” para con ellos.
Su benevolencia no acababa ahí. “Con ellos en la cárcel no puede haber normalidad. Hay que sacarlos de la prisión, primero con el levantamiento de la prisión provisional, después con buenas defensas jurídicas y finalmente con medidas de gracia, tanto por su bien como por el bien del país, para que haya normalidad”, añadía el responsable de la edición catalana del diario del Grupo Prisa.
Se equivoca. La prisión preventiva de los responsables del procés es, precisamente, un signo de normalidad democrática, es la confirmación del normal funcionamiento del Estado de derecho. De hecho, que los promotores del intento de ruptura unilateral de la integridad territorial del Estado --de forma violenta y/o tumultuosa-- estén provisionalmente en la cárcel es posiblemente el mejor síntoma de normalidad de una democracia moderna equiparable a cualquier otra de nuestro entorno.
La exigencia de “sacar” a los presos de la cárcel se circunscribe en la estrategia que una parte de la izquierda española entiende como la mejor posible para solucionar el problema del nacionalismo catalán y que pasa por el diálogo, la mano tendida y la negociación.
Pero yo me pregunto: ¿de qué diablos quieren hablar con el nacionalismo catalán? ¿De qué quieren hablar con los que hace solo unos meses trataron de dar un golpe al Estado? ¿De qué quieren hablar con quienes ni se arrepienten de haberse saltado la legalidad constitucional ni se han comprometido a no volver a saltársela? ¿De qué quieren hablar con los que siguen justificando el envío de niños y mayores a hacer de escudos humanos el 1-O? ¿De qué quieren hablar con los que lanzan ultimátums al Gobierno para que libere a los presos --encarcelados por una decisión judicial-- y acepte un referéndum independentista si quiere su apoyo a los presupuestos --aunque luego no se atreven a abrir las cárceles que ellos mismos gestionan--? ¿De qué quieren hablar con los que amparan los actos violentos de los CDR y de Arran? ¿De qué quieren hablar con los que aseguran estar esperando el “momentum” para proclamar de nuevo la república catalana? ¿De qué quieren hablar con los que siguen preparando un gobierno paralelo en Waterloo e incluso maniobran para investir president al fugado Puigdemont? ¿De qué quieren hablar con los que prometen seguir aplicando la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán pese a haber sido ilegalizada por los tribunales? ¿De qué quieren hablar con los que tildan a la Policía Nacional y a la Guardia Civil de “delincuentes” y al Estado de “fascista”? ¿De qué quieren hablar con los que amenazan con “no aceptar” la sentencia del procés? ¿De qué quieren hablar con los que hasta barajan la posibilidad de recuperar al principal responsable del procés, Artur Mas?
¿Y dónde ponemos el límite, según la izquierda de salón? ¿Los sacamos de la cárcel pero no dejamos que regresen los fugados? ¿Por qué no? ¿O sí? ¿Y lo siguiente qué será, que nos olvidemos del golpe al Estado?
Es cierto que la política de acercamiento del Gobierno al independentismo ha ayudado a profundizar en su división, a dejar más patente su radicalismo a los ojos del mundo, aunque todo indica que ese no era su principal objetivo sino que respondía a un intento de evitar un adelanto electoral dada la aritmética parlamentaria.
El sentido de Estado que algunos reclaman no debería pasar por recuperar la estrategia del contentamiento que nos ha llevado hasta aquí. No es momento de nuevas cesiones ni de negociaciones. El independentismo debe asumir el coste de sus errores sin que ninguna mano tendida le ayude a salir del fango en el que él solo se ha hundido, y más aún cuando se ha conjurado para volver a las andadas en cuanto disponga de otra oportunidad.