El independentismo está acomplejado. Vive de mitos, los propios y los que se repiten sobre la historia de España. Una de las tareas más urgentes, en todos los países, es la de enseñar con detalle la historia, aprender realmente qué sucedió en cada momento, por qué y en qué contextos. En Europa lo necesitamos. Es preciso, porque la Unión Europea, aunque los populistas y la ultraderecha la detesten, es una realidad magnífica y representa el futuro de la democracia. Sí, una democracia liberal, con límites, que, precisamente por ellos, permite el ejercicio de las libertades. Lo veremos en las próximas semanas en esta misma columna, siguiendo ese extraordinario libro que ha escrito Yascha Mounk, El pueblo contra la democracia (Paidós).
Esa historia, la europea, la nuestra, sigue siendo el objeto de los independentistas para desdeñar al Gobierno español, y al conjunto de España. Lo escribe Pilar Rahola, adalid de un independentismo que se arroga la defensa de la democracia. ¿De qué democracia?
La posición firme del ministro Josep Borrell con el caso de Flandes ha llevado a Rahola a recordar la historia supuestamente negra de la España de Felipe II, y al terror causado por el duque de Alba. Pero, ¡qué cosas!, resulta que la realidad fue muy distinta, y Rahola no sabe --no quiere admitirlo-- que todo aquello que se explicó a los niños holandeses y belgas fue de forma interesada, para buscar un enemigo exterior: el español malvado.
La Guerra de los 80 Años (la Guerra de Flandes), entre 1568 y 1648, fechas que se recuerdan en las escuelas holandesas, cumple este año el 450 aniversario y resulta que el Instituto Cervantes y el Rijksmuseum (Ámsterdam) han acordado revisarla de forma conjunta. La revuelta de Guillermo de Orange contra el rey español Felipe II provocó el nacimiento de los Países Bajos y Bélgica, y se inició la leyenda negra del duque de Alba. El pueblo de piadosos protestantes contra el dictador católico español. Demasiado bonito para ser verdad, aunque a los independentistas catalanes les encante esa imagen.
Resulta que se trató de una guerra civil. Felipe II era el rey de las Diecisiete Provincias, el nombre que tenía en el siglo XVI los territorios de la región de los Países Bajos, que tenía en su seno los actuales Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Norte de Francia y una parte del oeste de Alemania. Leamos las palabras de Raymond Fagel, profesor de Historia en la Universidad de Leiden, como recogió El País para dar cuenta de la exposición sobre el conflicto bélico que se puede visitar en Ámsterdam: “La lucha contra la España católica en los siglos XVI y XVII es el origen del Estado holandés. En el discurso histórico, nuestra identidad tiene la voz de la historia protestante. Cuando, en realidad, somos el resultado de una guerra civil. Al principio, el 90% de los holandeses era católico. El calvinismo fue minoritario durante siglos, pero no lo queremos ver. Necesitamos ese enemigo español para demostrar que hemos luchado contra el opresor por la libertad política y de religión”. ¿Qué les parece?
Hubo un grupo minoritario de calvinistas --Calvino era un auténtico fanático, un “enfermo mental”, como explica María Elvira Roca, y da cuenta, con una maestría envidiable Stefan Zweig en su libro Castellio contra Calvino-- que se unió a la nobleza para chocar contra la burocracia de Felipe II. Todo ello derivó en una guerra civil, que los holandeses quisieron borrar de la historia.
Lo fácil, lo que cohesiona, es elegir un enemigo, que tenga pinta de violento, de "malote", y así defender al pueblo manso y risueño. Rahola sigue viviendo de eso. No parece que haya visitado la exposición. Y tilda a Borrell, que se defiende de las acusaciones de la derecha separatista flamenca sobre la “falta de democracia en España”, como “la reencarnación de don Pelayo”. Y sí, nadie lo discute, el duque de Alba fue violento y represivo, cuando luchó para defender a su rey Felipe II. Pero estamos hablando de los siglos XVI y XVII.
Todos los países tienen su historia repleta de contradicciones, de hechos violentos, de traiciones y gestiones horrorosas. Pero también hay que ser cuidadosos, saber leer el contexto, y no disparar al muñeco por defecto. Rahola, y otros defensores del independentismo que no atienden a razones, como el politólogo Ramón Cotarelo, ya han decidido que no quieren distinguir nada.
Todo contra España, sin ser conscientes de que la actual España ha sido una construcción catalana, y que ha tenido un éxito muy por encima de sus previsiones.
Ahora los holandeses han comenzado a saber de verdad qué ocurrió, y quién era ese personaje tan nefasto --no se entiende la predilección que tiene entre los nacionalistas catalanes, que siempre se han considerado los protestantes del sur-- como fue Calvino, un peligroso iluminado que quemó vivo al teólogo reformista Miguel Servet, nacido en Villanueva de Sigena, Huesca.