Codorníu, la empresa cavista más antigua de España, negocia la venta de la mayoría de su capital al fondo de inversión Carlyle, una operación que supondrá que el control de la compañía cambie de manos antes de que acabe el año.
Algo semejante sucedió hace unos meses con Freixenet, otra gran casa del mismo sector con un siglo de historia a sus espaldas, que cedió una porción mayoritaria de sus acciones a Henkell, una filial del grupo alemán Oetker.
Son dos ventas que tienen mucho que ver con los efectos de la recesión. La salida de la crisis ha dejado unas huellas profundas en los hábitos de consumo, en la capacidad de compra de los ciudadanos y en los costes de producción. Algunas empresas no lo han podido superar y sus accionistas --o una parte de ellos-- prefieren hacer caja y poner a trabajar su dinero en negocios más productivos.
En un caso, el comprador es un fondo e inversión con intereses en casi todas las actividades. En el otro, se trata de una empresa familiar de la alimentación que ha superado el bache en mejores condiciones que Codorníu y Freixenet, o quizá solo sea que sus accionistas se han puesto menos nerviosos en la época de vacas flacas.
Dos operaciones que, además del efecto de desánimo que arrastran, tendrán repercusiones tangibles en la economía catalana, desde el punto de vista del producto y laboral.
Hemos salido de la crisis con salarios más bajos y puestos de trabajo más flexibles. Que se lo pregunten a los jóvenes que han encontrado empleo en las compañías multiservicio nacidas al amparo de la reforma laboral de 2012 o a los que trabajan de autónomos a lomos de una bicicleta en las nuevas empresas que quieren apellidarse tecnológicas, pero que en realidad no son más que la vieja explotación de siempre.
También podríamos hablar con los miles de cooperativistas de trabajo asociado --otros falsos autónomos-- que sirven de mano de obra barata a la poderosa industria cárnica catalana.
Estos son algunos de los desafíos reales a que se enfrenta Cataluña, la pérdida de músculo empresarial y el vaciado del Estado del bienestar a través de trampas que dejan desamparados a los trabajadores precisamente de sectores tan duros como el cárnico y que merman las arcas de la Seguridad Social.
Visto desde esta perspectiva, descorazona el espectáculo del presidente de la Generalitat en Washington, donde fue a practicar un activismo impropio de un cargo institucional, hasta el punto de que unos servicios de seguridad privados le prohibieron el acceso al evento tras montar un pollo.
Mientras se van empresas del país, otras se venden y muchas de las que quedan ratean en sueldos y cotizaciones todo lo que pueden, Quim Torra se pasea por Estados Unidos con la pancarta en la mano y el lazo en la solapa.