Que sea José María Aznar quien se postule para refundar el PP da risa. Bien, si ustedes quieren, también produce de forma subsidiaria miedo. El expresidente del Gobierno aguardaba, agazapado, a que Mariano Rajoy --su sucesor digital, no nos olvidemos-- feneciera en el terreno de la gestión pública. Ha conspirado desde FAES, ha coqueteado con Ciudadanos y sólo le faltaba tirarle los tejos a cualquier ministra del último gabinete para completar el acoso y derribo a su heredero político.
Que Aznar pueda presentarse ante la opinión pública como una solución para la España del siglo XXI es hilarante. Él, aquel mismo imberbe político que firmó el sonrojante Pacto del Majestic con Jordi Pujol y Josep Antoni Duran Lleida; aquel presidente español que llamó al nacionalismo radical vasco Movimiento de Liberación Nacional Vasco; el hombre de los pies sobre la mesa y el puro por bandera en un encuentro con los líderes mundiales; el de la foto de las Azores; el personaje siniestro del “ha sido ETA” del 11M... es para pensar que uno nunca lo ha visto todo en la vida.
España merece un partido conservador. La democracia española está requerida de posiciones plurales representativas de todas las opciones ideológicas y el PP ocupaba un espacio indiscutible, que no debe quedar huérfano. Pero España, perdónenme por el consejo, no se merece a Aznar de nuevo.
En su haber como político acumula la incapacidad para acabar con ETA, el inicio de una burbuja inmobiliaria que a punto estuvo de costarnos décadas de desarrollo y progreso económico, además de simbolizar uno de los tiempos más anodinos y menos representativos de la evolución de España de finales del siglo XX a principios del XXI.
Que Aznar se autoproclame como una solución no sólo dice mucho sobre su excesiva autoestima, también habla del hueco enorme que existe entre la derecha española para cubrir el liderazgo conservador que algunos atribuyen a Albert Rivera pero que ni él ni su partido están dispuestos a asumir en los términos clásicos, los de siempre. También ilustra, con meridiana claridad, las dificultades de la derecha para promover y consolidar liderazgos incluso después de años de consecutivo ejercicio del poder.
Aunque el Gobierno que presida Pedro Sánchez sea una gabinete con fecha de caducidad a medio plazo, cualquiera de los miembros ya anunciados son más útiles para el futuro español que José María Aznar y sus recetas políticas de la abuela. El expresidente haría bien en guardarse de ningún meritaje para retornar a la cúpula del PP y aprovechar lo que nos cuesta su manutención como exjefe del Gobierno para ilustrarse sobre la Prehistoria. Al fin y al cabo, él es un ínclito representante del paleolítico político español. Incluso aunque no sea consciente.