El Estado responde. Y nadie lo esperaba. O sí. Algunos lo advertían, consideraban que jugar a tener un Estado, o a poner contra las cuerdas al Estado de todos, podía resultar contraproducente. Le guste o no al Gobierno central, estén de acuerdo o no los partidos políticos de ámbito nacional, o sea criticable por profesores de derecho penal, lo que tenemos es una macrocausa que instruye el juez Pablo Llanera contra la práctica totalidad del Govern de la Generalitat que presidió Carles Puigdemont. El delito del que se les acusa es por rebelión, el más grave. Se quería forzar al Gobierno español a no se sabe qué, y se ha acabado perdiendo la autonomía, porque, a partir de ahora, todo será mucho más complicado, con derivas que serán difíciles de cerrar.
El problema central hay que buscarlo en una clase política que vive pendiente del poder, de las cuestiones que sirven para entorpecer al contrario, para ganar algo de ventaja, y que decidieron jugar, probar con un proceso que tenía, ciertamente, el apoyo de una parte de la sociedad catalana. Recuerden, “una parte”, que, además, no está dispuesta a llegar hasta el final porque es consciente de que puede perder más que lo que se prometía ganar. Cataluña no es Lituania, cuando el país báltico vivía bajo el manto de la Unión Soviética.
Muchos catalanes piensan que lo mejor es un escenario a la italiana, iniciativa empresarial y personal y a sonreír
Existe una reflexión que pudiera ser cierta, o, por lo menos, tenida en cuenta. Algunos dirigentes independentistas sostienen que en Cataluña apenas se puede gestionar, porque la ambición es mayor que en el resto de España, porque las exigencias de un tejido económico más complejo, obliga a poner en marcha instrumentos de autogobierno que el Gobierno central boicotea siempre. Pero la administración de la Generalitat no ha demostrado que fuera más ágil, más clarividente, más atrevida que la administración del Estado. Al revés. En muchas negociaciones se ha comprobado que los técnicos y altos funcionarios del Gobierno central tienen más capacidad, preparación y pericia que los de la Generalitat. Si eso era y es tan importante, ¿cómo es que no se ha hecho apenas nada para mejorar y reformar la maquinaria interna de la Generalitat?
La verdad hay que buscarla en otro lado, en la irresponsabilidad de unos políticos que han jugado con fuego, con la mirada muy corta, sin pensar en las consecuencias. Primero, para ellos mismos, que deberán dar la cara ante la justicia. Y, después, para la sociedad catalana, que ha comenzado a pensar que lo mejor que puede pasar es un escenario a la italiana, con una economía que funcione, buscando en la iniciativa personal y empresarial el mejor camino para tratar de sonreír.
Se quería pasar página, sin ver que tenemos los mismos problemas y carencias que cualquier otra parte de Europa
Lo más curioso, o motivo de estudio, es una corriente de opinión, de fondo, que está muy presente en el independentismo, y que pasa por una idea previa: el catalanismo nos ha llevado hasta aquí, a un camino sin salida, porque el pueblo catalán ha vivido sin pensar que podía ponerse en pie, con valentía, no frente al Estado, sino para demostrarse a sí mismo que está vivo, que quiere ejercer un papel propio en el mundo. Lo asegura Jordi Graupera, aspirante ahora a la alcadía de Barcelona, mientras pide un candidato de todo el independentismo. Pero también escritores y pensadores de ese mundo de la derecha-liberal independentista, como Enric Vila o Bernat Dedéu.
Es otra irresponsabilidad, porque, precisamente, con la colaboración de todos se había llegado hasta aquí: una autonomía con disfunciones, pero con autogobierno; importantes problemas económicos para la administración de la Generalitat --que no de Cataluña, es importante diferenciarlo-- producto de una gestión mejorable y de una crisis que ha afectado al resto de autonomías, un tejido social y económico con vigor; buenos centros de investigación y los mismos problemas que otros territorios en Europa con características similares.
Jugar a la épica, a "esto lo arreglamos mostrando el orgullo como pueblo" (¿exactamente qué pueblo?), menospreciar al contrario, porque España está en crisis y no se aguanta, tiene las consecuencias que vemos ahora. ¿Quién querría regresar ahora a principios de septiembre de 2017? El problema es que ya no puede ser, y los jueces han comenzado a actuar.