La actriz catalana que devolvió a la Generalitat la Cruz de Sant Jordi que esa institución le había concedido cuando el proceso soberanista se encontraba en su máximo grado de ebullición merece un respeto. Y, por supuesto, su gesto la ha convertido en un símbolo del constitucionalismo respetable y distante del sectarismo partidario que lo invade todo en la sociedad de Cataluña desde hace demasiado tiempo.
Rosa Maria Sardà fue una de las personas de la sociedad civil que habló ante los manifestantes convocados por Sociedad Civil Catalana (SCC) para pedir “seny” y un gobierno urgente para todos los catalanes. Nada que decir sobre su motivación y sus legítimas proposiciones argumentales, aunque quizá haya que empezar a pensar si conviene al constitucionalismo emular las movilizaciones callejeras que inició el soberanismo y que, por su cromatismo y alta participación, les hizo creerse dueños del territorio. El constitucionalista catalán es menos propenso a movilizarse en defensa del statu quo y sólo los graves hechos de septiembre y octubre pasados lograron propiciar una defensa en la calle que no seguirá repitiéndose en todo momento.
Fue un acierto, sin embargo, que alguien como la actriz tomara la palabra y llamara a las cosas por su nombre. Una gran idea que alguien como ella representara la voz de una mayoría prudente de catalanes que considera que lo sucedido no tiene nombre y debe ser castigado como corresponde. Fue fabuloso que hubiera una voz que representara a quienes pensamos que mantener vivo el conflicto político, sin solución política y social, abundará en la división entre catalanes y en el progresivo y sistemático empobrecimiento de la comunidad.
Fue fabuloso que hubiera una voz como Rosa Maria Sardà que representara a quienes pensamos que mantener vivo el conflicto político abundará en la división y el empobrecimiento
Es difícil, mucho, hallar soluciones para la situación en la que nos encontramos. Lo peor, no obstante, es que los representantes políticos sigan enquistados en la respuesta mutua, el reproche recíproco y la aniquilación del adversario. Con sus palabras, Sardà quizás pretendía decirnos a todos los catalanes que va siendo hora de entrar en una nueva fase, en un periodo en el que se intente la reconciliación de posturas y se busquen alternativas a la convivencia. El independentismo debe hacer su particular acto de contrición y salir de la habitación del error para buscar acomodo en el patio de la concordia social y política. La corte de Madrid debe ser propositiva y dejar que sea el poder judicial quien resuelva el pasado para dedicarse ellos, desde la política, a cimentar el futuro.
Cuando Sardà dijo desde el estrado de la manifestación que todos deben olvidarse de jugar “a ver quién la tiene más larga” emplea una metáfora que se entiende sin traductor. Nada puede ser igual a partir de ahora, ni para el nacionalismo catalán supremacista y totalitario, ni tampoco para el constitucionalismo inmovilista incapaz de argumentar de forma inteligente contra sus adversarios ni establecer proyectos que hagan más atractiva la España que representan.
Mientras seguimos enquistados en el problema territorial del Estado se nos escapan las oportunidades de definir el modelo económico más eficaz para el siglo XXI, la concepción de un verdadero sistema de previsión social y la consolidación de un Estado del bienestar que cada vez anda más amenazado por razones ideológicas y demográficas. Eso es lo importante para la ciudadanía y no las acusaciones de baja calidad democrática que sobrevuelan el debate político español. Es una lástima que la sociedad civil deba asumir una función para la cual los poderes legislativo y ejecutivo del Estado están diseñados. Sardà no lo dijo así de claro, pero a la actriz se le entendió todo.