Hace más de tres meses que Carles Puigdemont y otros cuatro exconsejeros de PDeCAT y ERC se encuentran refugiados en hoteles y restaurantes de lujo de Bélgica. Y como resulta feo dudar de la palabra de estos fugados, quienes aseguran que su huida no está pagada con fondos públicos, cabe concluir que cuentan con el apoyo de personas pudientes que les permiten mantener el mismo nivel de vida que tenían en Cataluña. Nunca fue tan cierto aquello de que "quien tiene un amigo, tiene un tesoro", pues la mansión de Waterloo elegida por el de Girona para instalar su búnker no se sufraga con cuatro euros.
Manejar la barca independentista es, hoy por hoy, cosa de élites. Es decir, de casta. Hay mucha upper Diagonal en el entorno de Puigdemont, cuyos miembros ni siquiera se atreven a descolgar el teléfono para preguntar a la familia del republicano Oriol Junqueras cómo se encuentra este preso preventivo. Inteligencia emocional lo llaman. Pero no parece que abunde demasiado en las nuevas filas convergentes. Aunque la derecha catalana se vista de indepe, derecha se queda. ERC lo sabe y, tras varios años de pactos incomprensibles con los responsables de los recortes y la corrupción del 3%, parece que comienza a soltar lastre. No sin antes experimentar lo fácil que es acostumbrarse a lo bueno, acudiendo a comidas en restaurantes de lujo pagadas por articulistas de la llamada "caverna española". ¿155 monedas de plata, que decía Gabriel Rufián?
Hay mucha casta en el entorno de Puigdemont, mientras que ERC acude a comidas en restaurantes de lujo pagadas por articulistas de la “caverna española”. ¿155 monedas de plata, que decía Rufián?
Pertenecer a la casta catalana provoca que --¡oh sorpresa!-- se descubra de pronto que existe la prisión preventiva. La Iglesia catalana acaba de condenar el encarcelamiento de dirigentes independentistas –al resto de presos que les den--, muy en la línea de Ada Colau y la élite que ahora mismo controla esa confluencia de izquierdas llamada Catalunya en Comú. La casta podemita en Cataluña nada tiene que ver con su potencial electorado federal y ecosocialista. Y así les va en las elecciones. Cuentan en los mentideros políticos que hay propósito de enmienda y que los comunes quieren bajar su propio suflé proindependentista. No así los miembros de la CUP, muchos de ellos nietos de aquellos antiguos convergentes descaradamente liberales y conservadores.
No son pocos los antisistema que han predicado la expropiación y la comuna, sin renunciar a sus herencias y a su condición de terratenientes. El foco estos días está en Anna Gabriel, quien hoy desvelará si se instala en Suiza como exiliada o regresa a España para dar la cara ante los jueces como ha hecho Mireia Boya, dueña de un hotel rural. Vuelva o no, a Gabriel la recordaremos siempre como aquella dirigente catalana que predicaba la turismofobia mientras viajaba a Venezuela en el avión presidencial de Maduro. Más casta.