El movimiento liderado en toda España por Pablo Iglesias, que consiguió un enorme rédito electoral en las elecciones generales, está hoy atrapado en Cataluña. La candidatura que encabezó Xavier Domènech en los comicios al Congreso de los Diputados obtuvo 927.940 votos catalanes en 2015 y, unos meses más tarde, en 2016, del casi millón de sufragios descendió a 848.526 papeletas.
Las elecciones autonómicas catalanas del 21 de diciembre serán la primera prueba de fuego real para la formación de Iglesias. Nada, a la vista de la demoscopia, hace sospechar que Domènech, ahora candidato a la presidencia de la Generalitat, obtenga unos resultados ni tan siquiera parecidos a los que acumuló hace apenas unos meses.
¿Qué ha pasado con Iglesias y sus socios catalanes en este tiempo para propiciar un retroceso como el que se pronostica? Hay varios motivos para el desmoronamiento: el primero es que en el momento más álgido la lista de Podemos era un canto, una crítica al Gobierno de Mariano Rajoy. Con un PSOE debilitado en aquellos momentos por los movimientos dentro del socialismo español para tomar el control, los chicos de las coletas hicieron de la crítica a Rajoy y a la corrupción un elemento de promoción electoral con grandísimo atractivo. Pero la política ha evolucionado, y su ambigüedad con el asunto catalán de la secesión no gusta al resto de España. Como tampoco parecen agradar los pronunciamientos de Ada Colau y su equipo municipal de Barcelona, que resta activos electorales y políticos a la izquierda catalana tradicional, comprensiva con el catalanismo pero obrera y española donde las haya.
La ambigüedad de los socios catalanes de Podemos con el asunto de la secesión no gusta al resto de España
Iglesias tiene un problema serio el 21D. Puede darse una monumental castaña que tendrá que explicar en el resto de España. Si sus resultados, como parece, son muy inferiores a los logrados por sus antecesores de Catalunya Sí Que Es Pot (Lluís Franco Rabell y Joan Coscubiela al mando) habrá dejado claro que en estos comicios no se va a votar sobre el eje izquierda-derecha, sino que el eje nacional ponderará y mucho. ¿Y cuál es su posición en ese debate? Pues, ni más ni menos, ni sabe ni contesta, ni está ni se le espera. Dicho en román paladino: escapismo a la espera de que otros se quemen en la hoguera. Una posición que sus electores de 2015 y 2016 no entienden hoy.
El 21D no habrá espacio para los tibios. La gama de grises, los espacios de debate compartidos, han saltado por los aires. Los pronunciamientos, las manifestaciones, el histórico acumulado convierte estas próximas autonómicas en una prueba del nueve para determinados experimentos políticos que no pueden desarrollarse en España sin ser exitosos en Cataluña o sin afrontar un riesgo de desmoronamiento electoral colosal.
Por si todo eso fuera poco y sus diputados estuvieran tentados de, conocida la aritmética del resultado electoral, dar apoyo con sus diputados a un nuevo gobierno independentista, Podemos y su filial catalana sufrirían un enorme retroceso en el conjunto de España. El PSOE sería feliz y los coletas desperdiciarían una parte del crédito político que les ha llevado a convertirse en una de las cuatro formaciones de carácter nacional con capacidad para ejercer la política en diferentes niveles administrativos.
El 21D no habrá espacio para los tibios. La gama de grises, los espacios de debate compartidos, han saltado por los aires
No lo tienen nada fácil Iglesias y los suyos. El asunto catalán condiciona el conjunto de la política española. Mantener el discurso de que el Estado español es una maquinaria totalitaria, de corte fascista y poco democrática puede estar muy bien para contentar a los seguidores más radicales, pero casa fatal de manera interna y con aquel electorado que apostaba por un mensaje de credibilidad contrario al poder establecido. Escuchar esas barbaridades hace para muchos catalanes del todo increíble el discurso político podemita y les resta apoyos a la velocidad del rayo. Así que el 21D se la juegan el independentismo, el constitucionalismo, pero también el escapismo podemita que juega a sobrevolar la política con un marketing populista que al electorado de Cataluña no le acaba de seducir.