Una de las constataciones de la política en los últimos tiempos tiene que ver con la inutilidad parcial de los compromisos programáticos presentados por partidos y formaciones electorales que se presentan a las urnas. Los programas se han convertido en fe de intenciones, pero poco más, una vez han concluido en España los tiempos de las mayorías absolutas que permitían desarrollar los compromisos en solitario.

Para el caso catalán el asunto es todavía más absurdo. En la campaña electoral que está a punto de iniciarse veremos programas electorales directamente inservibles o del todo inútiles. Primero deberemos conocer qué prometen las formaciones independentistas, una vez que han comprobado en sus carnes lo que sucede si se empecinan en la unilateralidad. Segundo, y no menor, los resultados que pronostica toda la demoscopia dejan bien en evidencia que los próximos cuatro años de legislatura estarán presididos por unos pactos previos a diferentes bandas que, en el mejor de los casos, obligarán a la cesión de todos y cada uno de sus participantes.

Viene a cuento esta reflexión tras leer la crónica de María Jesús Cañizares sobre cómo afronta Ciudadanos ese planteamiento ante el electorado. Ellos, como socialistas, populares, indepes y radicales cuperos, utilizarán los programas electorales como un elemento de debate previo y una especie de muestrario de unos propósitos tan quiméricos de cumplir como los de sus oponentes.

Los resultados que pronostica toda la demoscopia dejan bien en evidencia que los próximos cuatro años de legislatura estarán presididos por unos pactos que obligarán a la cesión de todos y cada uno de sus participantes

El programa ya no es un compromiso con los votantes. Es el primer elemento de marketing que permite, sobre todo, distanciarse del adversario a través de la letra impresa mientras dura el pim, pam, fuego electoral. Ciudadanos se hará provisionalmente más españolista para disputarle al PP ese voto harto del nacionalismo radical; el PP acentuará su contundencia para demostrar que simbolizan el partido al que no le tiembla la mano y que de más antiguo viene denunciando la espiral soberanista; al PSC le interesará combinar un programa en el que haya guiños centristas que puedan seducir tanto a los obreros del cinturón metropolitano como a las clases medias no nacionalistas que antaño votaron a Unió e, incluso antes, a CiU.

Por el lado independentista conviene ver cómo serán de diferentes los programas electorales de ERC y la CUP en materia social. Unos quieren centrarse y los otros necesitan ser visualizados de manera diferente. La gran incógnita que quedará por ver es cómo plantea su oferta programática la candidatura de Carles Puigdemont en la lista Junts per Catalunya. Hombre, aquí tendrá su gracia ver si queda algo del conservadurismo de la antigua CDC, cuánto de independentismo le ponen al asunto y si prosigue el interés por ser la formación de orden del espacio catalanista central.

Los programas, por tanto, serán tan poco eficaces que pueden existir grandes coincidencias entre el de los seguidores de Ada Colau y los de Oriol Junqueras aunque nunca lleguen a pactar entre sí. Lo que pase a partir del 21D dependerá de la voluntad de los votantes, en primer lugar, y de la vocación pactista de las personas que deban desarrollar los acuerdos a posteriori. Pero, en cualquier caso, no pierdan demasiado tiempo leyendo las ofertas y quédense con los gestos. Será más útil.