En entrevista televisiva de hace tiempo, el aún respetable ex presidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol hizo célebre la frase siguiente: ¿Qué coño es esto de la Udef? El intento de desprestigiar a la división policial de investigación económica le acabó costando caro: imputado por defraudador --y, como él, toda su familia directa (esposa y varios hijos)--, la Udef fue quien realizó parte de las investigaciones que descubrieron sus mentiras tributarias y la corrupción familiar sistémica.
Hoy la frase de Pujol no tendría la chulería de aquel momento. Como tampoco la destilarán las palabras de muchos de los investigados, imputados o detenidos por la Guardia Civil durante el día de ayer, esos que jugaban hasta la fecha a que era lo mismo discrepar de quien gobernaba las instituciones políticas (del todo legítimo) que pasarse por el arco de la arrogancia las instituciones estatales.
No, lo de ayer en Barcelona no es un tema sólo político, por más que media Cataluña esté convencida de ello. Se trata de una cuestión de higiene democrática: la ley pasa por delante del abuso legal que algunos pretenden. Y, eso, con actitud golpista, es lo que llevan a cabo quienes seguían adelante con un referéndum decretado ilegal porque sabían que es difícil contrarrestar la imagen de un Gobierno que se niega a que sus ciudadanos voten. Resumamos lo sucedido: los convocantes sacan a los ciudadanos a la calle para clamar democracia cuando ellos la revientan con su actuación partidaria y parlamentaria. La respuesta con que se dan de bruces es el mambo, no el que querían bailar, sino el número veintitantos, casi como el total de detenidos.
No, lo de ayer en Barcelona no es un tema sólo político, por más que media Cataluña esté convencida de ello. Se trata de una cuestión de higiene democrática: la ley pasa por delante del abuso legal que algunos pretenden
No es agradable ver a la policía registrar las instituciones, cuando lo propio es que se ocupe de la seguridad de las mismas. Es una imagen amortizable. Lo que sucede es que aún resulta más desagradable ver cómo unos políticos sectarios, partidistas e inconscientes se saltan a la torera las normas de todos en vez de trabajar por corregir lo que consideren mejorable.
O los llorones profesionales, como el líder de ERC, que se pasan el tiempo explicando ante los medios de comunicación amigos una retahíla de mentiras sobre su arrojo y valentía, pero que luego llora en privado y pide, en círculos íntimos, que a sus hijos no les pase nada. ¡Qué cara dura tiene Oriol Junqueras, quien dice que no pasará los datos económicos de la Generalitat a Montoro y luego sabemos que quien los envía es la interventora general de la Generalitat!
No, no me gusta la policía corriendo por nuestras calles. Es mejor que sean pocos e investiguen en silencio. Eso demostrará que somos una sociedad segura y cívica. Jamás pensé que me sentiría seguro con su proximidad. Pero, dicho eso, es más incomodo todavía ver a los intransigentes que se envuelven en banderas democráticas como mienten una y otra vez con superfluas proclamas vacías de contenido para imponer su fuerza populista, incluso de manera ilegal.
El Estado es el que hoy nos garantiza la seguridad jurídica a los ciudadanos catalanes que no comulgamos con las manipulaciones torticeras del independentismo asilvestrado que usa la calle al más puro estilo franquista o mafioso. Algunos, jóvenes sobre todo, reducían el Estado a la imagen de un Gobierno conservador liderado por Mariano Rajoy. Ayer se dieron cuenta de que es una maquinaria mucho más amplia, plural y extendida, que utiliza armas largas incluso, y que es capaz de contar con el apoyo de un partido de centro como Ciudadanos y otro de izquierdas como el PSOE. Es un ente que sobrevuela de manera transversal las ideologías fanáticas y a los demagogos profesionales (por cierto: ¿quién trabaja en este país que todos tienen tiempo de manifestarse en cualquier momento?) de quienes quieren imponer un proceso de secesión sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Eso es, estimados indepes, lo que significa el Estado. Espero que cuando hayan dejado de gritar consignas y vuelvan a pensar sin la obediencia a sus manipuladores líderes, aunque sea de forma individual y discreta, hayan aprendido la lección. Como le pasó al viejo Pujol con la Udef.