Vaya por delante que José Luis Trapero es una persona a la que no conozco pero que provoca una enorme adhesión. Es, como muchos, un ejemplo de charnego al que el ascensor social le funcionó. No es fácil, créanme, pero tampoco imposible; de hecho, su caso es uno de los más evidentes y clamorosos de quienes sin pedigrí avanzan posiciones en la Cataluña restrictiva y clasista.

Dicho esto, al Mayor de los Mossos d’Esquadra le han levantado la camisa. Estoy seguro de que su jefe, el consejero de Interior, Joaquim Forn, tiene mucho que ver en el asunto. Forn es un fundamentalista, un nacionalista en estado puro, con las veleidades xenófobas, racistas y clasistas propias de alguien que se cree en posesión de las verdades reveladas.

Trapero no debía haber sacado pecho. Es más, Trapero debía haber ejercido de prudente funcionario, silencioso y discreto. Cuando se produjeron los atentados debía haber henchido menos los pectorales y haber reconocido algunos errores que, más adelante, se han podido comprobar. La medalla del Parlamento, las felicitaciones internacionales y los aplausos de su Gobierno deberían haberse guardado para otro momento.

A Trapero, jefe de la policía autonómica, le han utilizado en el procés, se le ha convertido en un nuevo icono del nacionalismo catalán

Trapero es un superviviente con ánimo grandilocuente. Es una lástima que el jefe de los Mossos d’Esquadra, un técnico, un funcionario, acabe ejerciendo de político porque ni Forn, ni tampoco el director general de los Mossos, Pere Soler, son capaces de dar la cara con garantías de credibilidad. Al jefe de la policía autonómica le han utilizado en el procés, se le ha convertido en un nuevo icono del nacionalismo catalán.

No es necesario referirse a la extraña e insólita asistencia del policía a la paella que en la casa de Pilar Rahola en Cadaqués celebraron varios popes del soberanismo más rancio y ultramontano. Cadaqués mola más que la paella en el restaurante de polígono y, es posible, que los langostinos fueran de mayor calidad. Pero, dicho esto, el máximo responsable técnico de los policías autonómicos no puede enfrentarse a la prensa o a un diario que ha desvelado sus silencios. Y, dicho sea de paso, no sé qué sentido tiene que Trapero estuviera uniformado en el palco del Barça pocas horas después del atentado de Las Ramblas. ¿Qué se hubiera dicho si en vez de su figura mediática allí estuviera un general de la Guardia Civil? Hace tiempo que los uniformados sólo van a los toros en representación de su anacrónico papel y se da la circunstancia de que en Barcelona están prohibidos.

Trapero no mintió. Lo que pasó es que no explicó toda la verdad. Nos ocultaron que habían existido alertas previas (de quien sea, tanto da) de la inteligencia norteamericana y ninguna prevención especial porque se minimizó la información. Y el conocimiento de los hechos abunda en las tesis que hemos apuntado desde hace días de que el cuerpo policial encargado de la seguridad catalana cometió fallos. Se hubieran perdonado de mediar cierta humildad, pero con tanta gallardía profesional hoy podemos molestarnos, con legitimidad, porque se entregue la medalla que se quiere conceder al cuerpo y sigan los comentarios elogiosos. ¿La razón? Es muy simple, se mintió por razones políticas y no se ejerció la supuesta transparencia que nos vendían.

Es una lástima que el jefe de los Mossos d’Esquadra, un técnico, un funcionario, acabe ejerciendo de político porque ni Forn, ni tampoco el director general de los Mossos, Pere Soler, son capaces de dar la cara con garantías de credibilidad

Mis conocidos saben que pasé casi 15 años de carrera profesional en El Periódico de Catalunya y que abandoné aquella empresa por diferencias con la gestión de su actual director y la línea editorial que emprendió en 2010. Pese al mal recuerdo puntual, matar al mensajero es una mala política de un Gobierno que se las otorga de democrático. El diario de Antonio Asensio jr. ha desvelado que existieron alertas de riesgos terroristas y que los Mossos hicieron caso omiso. No hubo patrullas en la cabecera de Las Ramblas, ni bolardos, ni agentes durante el recorrido de la furgoneta terrorista. Eso son hechos y no opiniones.

En consecuencia, mis felicitaciones al medio que ha revelado la propaganda política del nacionalismo con los luctuosos hechos del 17 y 18 de agosto y mi petición de dimisión del consejero de Interior y la solicitud de silencio para el Mayor del cuerpo de la policía autonómica. No se mintió, pero se nos ocultó una parte sustantiva de la verdad. Suficiente para tener dudas y perder la confianza.