El domingo conocimos que algo se mueve en Cataluña por detrás de la información oficial, justo a la sombra de la propaganda política sobre la independencia. Aludo a la cena privada que mantuvieron una delegación de ERC con otra de Podemos tras la manifestación independentista del sábado (perdón, contra el terrorismo y en homenaje a las víctimas).
Que allí estuvieran el ínclito Pablo Iglesias, junto a sus colaboradores, y el líder republicano Oriol Junqueras, también flanqueado por sus fieles, da el tono de que empiezan a cocinarse cosas para el día después del fracaso de la aventura procesista. Nada nuevo, por tanto, o nada diferente a lo que puede sospechar cualquiera avezado en la cuestión pública y en las luchas partidarias de poder.
Lo novedoso y muy sintomático de las nuevas relaciones del mundo de la comunicación con la política radica en que el escenario de ese inocente ágape tuviera lugar en el domicilio privado del empresario Jaume Roures, el inventor de Mediapro y su constelación de empresas vinculadas a la televisión y los derechos del fútbol.
Roures procede ideológicamente del trotskismo en la etapa en la que era un trabajador por cuenta ajena; ahora es gran empresario. No le gusta la crítica. Eso lo hemos podido constatar en Crónica Global, donde a las informaciones sobre sus negocios ha respondido con demandas en los juzgados. Pero parece que tampoco le gusta el statu quo español actual.
Es un enfermo político o un activista discreto. León Trotski, el que fuera su inspirador, se inventó aquella corriente marxista que acabó bautizada como la Revolución Permanente. Y el aventajado discípulo catalán parece un alumno atento de aquellas superadas tesis.
A Roures se le puede ver en ocasiones en el Parlament. Cuando como rico no se pelea con Juan Luis Cebrián por los derechos del fútbol, practica con la política como pobre
Con José Luis Rodríguez Zapatero en la presidencia del Gobierno español consiguió entrar en el mercado de la televisión, vía la concesión para emitir con La Sexta. Luego, en aquel mismo periodo, logró variados apoyos para lanzar un periódico, Público, que en su versión tradicional fracasó al poco tiempo y cerró la persiana. En una extraña maniobra, Roures y sus acompañantes lograron quedarse con la cabecera para explotar la edición digital del medio, que hoy, curiosamente, intenta actuar con la información sobre Cataluña como el martillo de herejes de la derecha española, pero obviando la existencia y los esperpentos que la derecha catalana protagonizan.
Por si tuviéramos dudas sobre su implicación, su productora es la autora del documental sectario que sobre la llamada Operación Cataluña, que pretendía demostrar la existencia de una conspiración estatal de altos vuelos para acabar con el nacionalismo, llevaron a cabo algunos de sus colaboradores periodísticos.
A Roures se le puede ver en ocasiones en el Parlament. Cuando como rico no se pelea con Juan Luis Cebrián por los derechos del fútbol, practica con la política como pobre. La suya es una dualidad interior que sería difícil practicar para cualquier otro ser humano, salvo que se esté en modo de revolución permanente, que todo lo justifica.
Roures debe pensar que es el primer empresario que junta a políticos de diferente signo para promover sus propios intereses. Se equivoca. Antes lo practicó el malogrado Pere Duran Farell o, más recientemente, el escondido e imputado Carles Vilarrubí. La diferencia entre los dos primeros era que no tenían problema para hablar. El accionista de Mediapro, sin embargo, practica la conspiración más estricta de salón: en silencio, como los espías y los cómplices.