Por más que se emperren los especialistas del Institut Nova Història, Víctor Cucurull y Jordi Bilbeny, no todos los grandes hombres de la humanidad fueron catalanes. Ni aunque el historiador de Sabadell Josep Abad --persona de gran predicamento en la detección tardana de filofranquistas emboscados en calles y plazas (además de artista del copy & paste)-- intente convertirlo en un prefascista, lo cierto es que el fabulista Esopo no era ni catalán ni lo otro. Será difícil convencernos de que antes de Cristo, unos 500 años antes, había catalanes por el mundo con la bandera estelada en ristre. Así que el griego que se inventó el parto de los montes no sabía que en su día habría en Barcelona un Parlamento en el que le rendirían honores póstumos por la vía de los hechos: los políticos, y en especial la mayoría gobernante, son capaces de convertir en agravio, crítica o menosprecio cualquier consideración no complaciente que reciben. Son partos con dolor, para entendernos, pero con un resultado idéntico.
La fábula de Esopo clavó lo sucedido ayer en el Parque de la Ciutadella. Parturient montes, nascetur ridiculus mus (Parirán los montes, nacerá un ridículo ratón). Es justo lo que pasó. Tanto ruido y tan escasas nueces empiezan a ser hilarantes. No sólo por la nueva argucia de Junts pel Sí, que inició el periodo de sesiones de este curso político dejándose en la mochila la famosa, controvertida e ilegal ley del referéndum del 1-O. Pocas horas antes, un alto portavoz del PP confesó que el empleo del artículo 155 de la Constitución para frenar las tentaciones secesionistas no resultaría posible por, entre otras razones, falta de tiempo. ¡Acabáramos!
Es obvio que ni unos ni otros muestran las cartas que van a jugar en esta partida estratégica de política 2.0 instalada ya en la sociedad española como una metodología de gestión de la cosa pública. Tampoco es tan moderna en el fondo e, incluso, ya hubo precedentes parciales: se trata de combinar un poco de adoctrinamiento, mucho dogma, posición pública de firmeza, demostraciones ciudadanas con relato de poderío en los medios de comunicación y así un largo etcétera de actuaciones que facilitan tergiversar los hechos o generar una postverdad.
El madrugón vacacional de los diputados catalanes ha servido de muy poco. Siguen buscando cómo colegiar la decisión para evitar las consecuencias
Lo cierto es que el madrugón vacacional de sus señorías para acudir al Parlamento catalán les ha servido de muy poco. La astucia legada por Artur Mas impregna a sus seguidores, que se disputan la herencia. A buen seguro, el ganador de ese hipotético concurso de tipos listos --que sacan provecho sin mojarse siquiera los tobillos cuando pescan-- resultaría el ínclito Oriol Junqueras. A la vista de que están legalmente acorralados buscan la fórmula para colegiar una decisión que si se reprime por las vías legales ordinarias supondría un golpe de imagen para el Gobierno central por la repercusión que tendría ya no sólo en clave española, sino incluso internacional, pero minimizaría las consecuencias patrimoniales y de carrera política en lo individual.
Así las cosas, la apertura del curso parlamentario catalán dio a luz un nuevo ratón ridículo e inservible. Lo más seguro es que lo que prosiga a esta primera muestra de valentía política, capacidad de anticipación y energía bien utilizada sea más de lo mismo: otro roedor. En consecuencia vayan preparándose para conocer sucesivos y patrióticos ratones mientras la montaña sigue pariendo, porque lo cierto es que gestionar o hacer política ya no es su principal especialidad.