Décadas atrás, y fruto de una larga tradición histórica, los valores éticos de las formaciones de izquierda eran incuestionables. Los partidos políticos defendían principios de clase que llevaban asociados, como en una especie de ADN, todo un almacén de buenas intenciones: transparencia, incorruptibilidad, solidaridad, igualdad de oportunidades...
Con los ocasos de algunas ideologías y el peligroso endeudamiento de la socialdemocracia todo cambió. En España, sin ir más lejos, los primeros casos de corrupción que afectaron a los gobiernos sucesivos de Felipe González a partir de 1982 fueron resueltos con las mismas armas que utilizó desde tiempos inmemoriales la política conservadora y sus partidos tradicionales. No hubo distinción y eso emponzoñó el país en demasía, además de generar una especie de revancha en la corrupción cuando el PP de José María Aznar se alzó con la victoria en las urnas.
Pasaron tiempos de bonanza económica. Nunca se aprovecharon para cambiar y evolucionar el modelo productivo del país, pero sí que generaron un espacio de confortabilidad social que fue ampliamente disfrutado y situando a la mayoría social del país en zonas de comodidad que minimizaron los escándalos que poco a poco se iban conociendo en los entornos de las administraciones públicas.
El nombramiento de un imputado para un alto cargo público es una de las primeras pruebas de fuego de Colau desde que es alcaldesa para saber si lo suyo es, de verdad, ética o mera estética
Hoy, ni el PP, ni el PSOE, ni CDC se libran ya de ninguna sospecha en cuanto a su adhesión a una corrupción sistémica de baja intensidad. De ahí que dos partidos hayan ocupado parte de sus antiguos territorios ideológicos. Ciudadanos, con la regeneración como bandera, intenta reconvenir a los votantes de la zona templada del país; con ese mismo afán diferenciador, Podemos radicaliza por la izquierda el antiguo discurso de los valores y principios éticos hasta límites que parecen más propios de otro tiempo que de la propia evolución de las sociedades occidentales.
El problema de la coherencia les sacude, sin embargo, a nuevas y viejas fuerzas de la política. Ciudadanos deberá mostrar esta semana cómo lleva ese asunto en la Región de Murcia. Podemos y sus satélites también tendrán un reto en las próximas horas: ¿Mantendrán el nombramiento propuesto por Ada Colau de un imputado como máximo responsable del abastecimiento de agua del Área Metropolitana de Barcelona (AMB)?
La información que hoy desvela Crónica Global tiene un interés extremo sobre cómo se comporta la izquierda transformadora que nos vendió un nuevo ciclo de actitudes políticas cuando se encontrara ante la situación. Es cierto que Colau ya ha confesado que no es lo mismo predicar que dar trigo, y que los sillones del poder generan servidumbres y carriles por los que transitar que eran insospechados desde la óptica del activismo populista. Veremos qué sucede en la reunión de la AMB en la que se debe nombrar a un cargo que arrastra un reciente y poco transparente currículum en sus relaciones con las administraciones públicas.
Ya no es cuestión de valores, entendidos y observados con una lupa antigua, sino de pura y mera coherencia discursiva, eso que ahora los esnobs de la política llaman el relato. Veremos a ver, pues, qué milonga nos cuentan sobre el asunto. Es una de sus primeras pruebas de fuego desde que llegaron a presidir la corporación barcelonesa para saber si lo suyo es, de verdad, ética o mera estética.