El que fuera presidente de la Generalitat, como el coronel, tampoco tiene quien le escriba, al menos nada bonito. No le van bien las cosas al político que en varias ocasiones cambió el rumbo de su partido y, al final, hasta el nombre. Artur Mas Gavarró no es hoy el líder que pensó en regresar cuando la CUP, y Anna Gabriel en especial, le hicieron saltar de su sueño de poder.
La antigua Convergència es una formación política próxima a cero. El pasado lastra su futuro hasta unos niveles que provocan la expulsión sistemática del mapa parlamentario. La nueva Convergència, el llamado PDECat, es un puzle en construcción del que se han perdido algunas piezas.
Carles Puigdemont es una de las pocas certidumbres del nuevo partido. Venido de la alcaldía de Girona hasta la cúpula del Govern catalán sin la obligación de encabezar una lista electoral le ha permitido instalarse en el mando sin apenas desgaste. Quizá esa sea una de las razones por las que una encuesta dominical le señala como el preferido de sus votantes como líder de la formación. Por encima, ay sorpresa, del mismísmo Astut que esperaba su turno para repetir. Sorprendente tras el esfuerzo y sacrificio de Mas, pero cierto.
El 6 de febrero, en el que se le juzgará por contravenir las normas legales, usar medios y fondos públicos para ello y comprometer a terceros, vivirá el Astut uno de los últimos baños de masas que recibirá de manera probable como político
El 6 de febrero tendrá lugar el juicio contra el Astut por organizar como máximo responsable el falso referéndum del 9N. Todas las pocas huestes que le quedan tienen ya la artillería en preparación: un juicio a las ideas, un tribunal contra la ideología, un cuadro propio de dictadura africana. La munición incluye, por supuesto, los insultos que profieren contra la estructura del Estado por iniciar el procedimiento contra los autores físicos e intelectuales del butifarrendum. Lo cierto es que de forma muy probable ese día de febrero pase a ser el último día de gloria de Artur Mas. El 6 de febrero, en el que se le juzgará por contravenir las normas legales, usar medios y fondos públicos para ello y comprometer a terceros (proveedores, funcionarios y demás), vivirá el Astut uno de los últimos baños de masas que recibirá de manera probable como político.
Los votantes convergentes se sienten contravenidos por el papel de Mas. No tanto por tensar la cuerda con tesis independentistas, sino por la falta de un plan B o por su nula estrategia posterior: el resultado de tanto clamor y tanta clase media en las manifestaciones convocadas desde los entornos de las instituciones es bien claro, de momento ninguno. Y todos empezando a rezar por ver si esa nueva línea de diálogo abierta por el Gobierno de Mariano Rajoy permite apuntarse algún pequeño triunfo político con el que templar la frustración manifiesta de cientos de miles de catalanes que confiaron en su día en el inconsciente líder.
Al amigo Mas ya sólo le estima su fiel escudero Francesc Homs. A los dos les une ahora el ostracismo político al que están sometidos y las comparecencias judiciales. Antaño les unió un plan que se ha demostrado nefasto para sus propios intereses. Hoy son sólo dos políticos con muchas dudas sobre dónde podrán acabar sus días y de qué manera.