¿Recuerdan que la multinacional japonesa vino a España en los años 80 y se instaló en la periferia de Barcelona? Eran años en los que el capital japonés apostaba por aproximarse al mercado del sur de Europa y Jordi Pujol consiguió que muchas de aquellas multinacionales asiáticas del consumo aterrizaran por Cataluña como bálsamo para salir de una crisis económica severa que había permitido, como hoy, una manufactura barata en el país. Sony fue una, pero no la única. Llegaron Panasonic, Sharp, Sanyo, Yamaha, la coreana Samsung y así un largo etcétera de compañías.
Unos 20 años después el mercado español ya no era barato para manufacturar. Las compañías habían conocido la clientela con detalle y no era necesario fabricar tan cerca. Con mantener los servicios comerciales de muchas de esas compañías era más que suficiente para abastecer el mercado y existían otros destinos que cumplían con mayor eficacia el ahorro de producción que antes se lograba en España.
Si a eso le añaden la obsolescencia de algunas tecnologías que se ensamblaban desde el mercado español o la reconversión interna de las compañías, a nadie puede extrañarle que todas ellas, casi en bloque, decidieran retirarse por donde antes llegaron.
Además de locuaces telefónicos y de aprendices de chamanes empresariales, Alsina, Pujol, Navarrete, Fornesa y Pastor fueron unos chapuceros. Se lucraron pero en su avaricia pensaron que no era necesario pagar impuestos
Sony fue una de las más sonadas. Su desinversión de la planta de Viladecavalls dejó a un millar largo de familias en una situación de temor por su futuro. La planta de televisores dejó de ser competitiva y se endosó a un grupo catalán de la automoción que no vivía tampoco sus mejores momentos financieros: Ficosa. Una parte se la quedó otra compañía catalana, Emte, de la familia Sumarroca. Ellos siempre están cerca de algún Pujol, y los de Ficosa que mandaban son los Pujol Artigas.
Que Sony decidiera irse es comprensible desde la perspectiva internacional de la compañía. Que quien se encargara de organizar su salida fuese el hombre que había regido el grupo japonés en España (Pedro Navarrete) sonaba un poco raro, pero entraba dentro de lo posible. Menos entendible fue, después, que junto a la voluntad de salida de Sony aparecieran los nombres de Oriol Pujol Ferrusola, de su amigo del alma y compañero de chalet en Urús (Cerdanya), Sergi Alsina, y del hombre de las ITV polémicas, Sergi Pastor, a su vez compadre de Navarrete. A todo eso le ponen un despacho de alto nombre para aparentar y sale el nombre de Tomás Fornesa.
Sin calificar la moralidad ni la ética de todos los que se beneficiaron de aquella desinversión e hicieron pagar a los japoneses en concepto de comisiones lo que podría haber revertido en mejores acuerdos económicos con la plantilla, lo que no puede decirse de ellos es que fueran muy espabilados. Además de locuaces telefónicos y de aprendices de chamanes empresariales, Alsina, Pujol, Navarrete, Fornesa y Pastor fueron unos chapuceros. Se lucraron pero en su avaricia pensaron que no era necesario pagar impuestos. Ahora resulta que, como al histórico Al Capone, se les juzgará por fraude fiscal. Las peticiones de prisión son elevadas, aunque se zanjarán pagando y pactando con la fiscalía. En todo caso, que sólo les hayan puesto en el punto de mira por los impuestos ahorrados es una infinita suerte para quienes traspasaron todas las barreras éticas del mundo empresarial con manejos y subterfugios que por no haber sido probados no dejan de resultar despreciables.