Hace muchos años, décadas y algún siglo (depende los casos), que una parte del patrimonio de arte sacro de parroquias aragonesas emigró a Cataluña. En dos periodos diferentes de la historia reciente se produjeron movimientos que iban en un solo sentido: de diferentes puntos de la provincia de Huesca a Barcelona y Lérida.
En los finales del siglo XIX, la división eclesiástica vigente en aquella época situaba a varias parroquias oscenses bajo la jurisdicción del obispado leridano. Y había un obispo en aquella etapa llamado Josep Messeguer con una cierta sensibilidad artística. En su recorrido pastoral por las parroquias que estaban bajo su diócesis detectaba piezas y obras de arte y en su afán coleccionista hacía lo necesario para trasladarlas a su proximidad, en especial en lo que hoy se conoce como el Museo Diocesano de Lérida. Berbegal, Peralta de Alcofea y El Tormillo son localidades que perdieron retablos y hasta una portada románica levantada piedra a piedra que el obispo compensaba con alguna cantidad para reparar un campanario deteriorado o algún altar. Lo administrativo se solucionaba con cualquier papel firmado por un cacique de la época, que acostumbraba a ser algún cargo municipal sin facultades para desprenderse de bienes que, en puridad, no eran del consistorio sino de los parroquianos.
Algo similar, pero más reciente en el tiempo, ya en el siglo XX, sucedió con pinturas y murales del monasterio de Villanueva de Sijena (Huesca), que han acabado en diferentes momentos entre los fondos del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).
Este asunto, como les relataba, viene de antiguo. Pero la reivindicación aragonesa de recuperar los bienes de sus parroquias no se despertó del todo hasta que Cataluña inició una cruzada política para hacer una operación similar con los fondos archivísticos conocidos como los Papeles de Salamanca.
La reivindicación nacionalista de los 'Papeles de Salamanca' disparó en Aragón un movimiento para reclamar los bienes del arte sacro de sus parroquias actuales
Aquella actuación fue un detonante, una reacción que despertó a los vecinos aragoneses que hasta ese momento habían soportado con actitud estoica y paciente la pérdida de una parte de su arte sacro. Daban por bueno que Cataluña podría conservarlos en mejor estado que Aragón. Eso y la decidida actuación del abogado Jorge Español, que decidió asesorar a las administraciones aragonesas implicadas y poner en tela de juicio las supuestas operaciones que dieron lugar a la emigración del patrimonio artístico. Español ha conseguido victorias legales por la jurisdicción canónica y, más tarde, por la ordinaria. La justicia va fallando a favor del retorno de los bienes a sus respectivos lugares de origen, cuestión a la que la iglesia y la administración catalana se resisten, sin que hasta la fecha hayan hecho una sola concesión.
Santi Vila, el consejero catalán de Cultura, ha dicho en las últimas horas que no tiene sentido la sentencia de un juzgado de Huesca que obliga a devolver de manera inmediata las obras a Sijena, localidad natal de Miguel Servet. Quizá tenga razón desde una perspectiva estrictamente de conservación artística, pero lo que no se sostiene de ninguna manera es esa especie de rechazo sistemático de la Generalitat a cualquier actuación de la justicia que sea contraria a sus intereses.
Algunos políticos que nos gobiernan en los últimos tiempos parecen dispuestos a ningunear el cumplimiento de la ley siempre que se considere necesario. Es la misma actitud nacionalista y empobrecedora que espoleó la reclamación de los vecinos aragoneses. El independentismo ha conseguido, como efecto colateral, que la ley pueda parecer un juego al que se sobrepone la política del momento y, para más inri, ha despertado la desconfianza de quienes, como los reclamantes, jamás se habían planteado pleitear por unos asuntos que se daban por amortizados en aquellos lares.