Una Cataluña de y para pobres
La propuesta tributaria que tiene encima de la mesa el actual hombre fuerte de la economía y las finanzas públicas catalanas lleva camino de convertirse en un sainete de aquellos que pueden acaparar una cierta atención política.
Oriol Junqueras (ERC) propone entre otras medidas subir aún más el IRPF a las rentas que superen los 90.000 euros anuales. Estamos en la fase gestual de la actuación política, la izquierda catalana compite entre ella para ver quién es más gallito y quién recoge mayor fruto de la indignación ciudadana con la corrupción, la parálisis administrativa, el desmoronamiento progresivo del Estado del Bienestar, etcétera. La ciudadanía está proclive a grandes dosis de demagogia, y el uso y abuso de las mismas está visto que computa en la intención de voto.
ERC se bate con las CUP por ese espacio catalán de rebeldía. Resulta que a ambos les une el independentismo. Sin embargo, los republicanos tienen un problema: empiezan a ocupar de forma sistemática el espacio central y moderado que antaño fue sede social de CiU. Hoy están cada vez más próximos a los comerciantes y quieren unirse a los empresarios de pymes y emprendedores. Difícil acogida tendrá su receta fiscal entre ese gremio si con una mano dicen que desean defender sus intereses y con otra les castigan con impuestos que serán el mayor hecho diferencial de la Cataluña actual.
Alguna izquierda sigue con recetas clásicas, entre bolivarianas y de la Primera Internacional. Los de ERC se ven necesitados en marcar su perfil ante la filial de Podemos en Cataluña y la CUP. El gobierno del que forman parte puede cometer un latrocinio tributario en nombre de la patria, mientras mantienen el gasto en asuntos identitarios y otras minucias del mismo tenor.
Lo peor no es eso. Lo más lacerante de sus medidas son los efectos secundarios y las secuelas que producen: los catalanes que perciban unas rentas altas estarán más dispuestos a empadronarse en otra comunidad para evitar pagar por encima del resto de españoles y lo que aspiran a ganar en recaudación lo perderán en deslocalización fiscal. Les está pasando con las empresas y parece que no quieren entender el fenómeno. Hay pocos impuestos propios y lo que intentan hacer con ellos provoca cualquier reacción menos la que buscan. A la población no le gusta pagar impuestos nórdicos y recibir servicios africanos. Menos todavía en un territorio en el que las clases medias tenían una cierta implantación e importancia.
Si toda su receta, su forma de ilusionar a la población y ganarse su confianza pasa por actuar como los países más retrasados del planeta, pronto no sólo perderán el impulso que el falso independentismo les proporcionó, sino que su etapa será recordada en la historia como aquella en la que unos gobernantes edificaron una Cataluña de y para pobres. Será o no independiente, pero será mísera y triste.