España no tiene un Mario Monti
Novedad política: una propuesta para que el nuevo presidente del gobierno de España sea un tecnócrata. La formulación sale de la boca de Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, quien se puso al frente de la proposición: ni él, ni Pedro Sánchez, ni Mariano Rajoy están en condiciones de liderar un nuevo Ejecutivo en esta legislatura (otra cosa será la próxima) que parece lista para fenecer.
Rivera quiso proponer una solución gubernamental similar a la que adoptó Italia cuando un tecnócrata como Mario Monti asumió la cúpula del ejecutivo del país por la incapacidad de formar un gobierno que no fuera de ese perfil. Un burócrata venido de la Comisión Europea, donde ejerció como responsable del mercado interior y de la competencia, fue el encargado de poner durante dos años el país en orden.
No lo consiguió, a pesar de tener responsabilidades en economía y en asuntos exteriores. Quizá sea esa una de las razones que ha llevado a los partidos invitados por Ciudadanos a negarse al experimento en España.
Hubo algún medio de comunicación y varios grupúsculos lobísticos que vieron en la solución burocrática una salida al atasco político español. De hecho, la petición de Rivera se suma a las que formulan las patronales y los grupo de presión fuera de la presión de los micrófonos públicos. Los nombres de Josep Piqué, Javier Solana, Felipe González y otros más han sonado sin demasiada fuerza en algunos ámbitos del país. Sin embargo, la coincidencia mayor es que España ni tiene cultura de gobernantes independientes ni existe unanimidad sobre un nombre que fuera capaz de satisfacer a los partidos políticos tradicionales, de izquierda y de derecha.
La propuesta de Rivera, en la que sugiere este tipo de solución, tiene ninguna posibilidad de prosperar en estos tiempos. Salvo que unas nuevas elecciones lo solucionen, esa ausencia de consenso se demostrará que constituye una de las grandes fragilidades del país. Una España en la que no cabe un Mario Monti como el que gobernó a nuestros vecinos italianos, aunque el país cada vez se parezca más por el divorcio que viven las instituciones políticas y la sociedad real.